Breve crítica
al Opus Dei
Hay gente
buena y que escapa de estas críticas, sí
Tras varias largas conversaciones, he decidido ordenar mis
pensamientos y críticas a la prelatura personal del Opus Dei, creyendo en él
defectos esenciales y fundacionales.
Empezamos afirmando que no es la pretensión del artículo
hacer una crítica particular a ningún miembro del Opus Dei. He conocido de todo
tipo y pelajes, algunos, a mi juicio (falible), muy buenos, otros buenos y
otros menos; muchos de ellos pareciéndome más santos que yo. Esta menor
santidad, con todo, no implica necesariamente error en lo que se redacte. Jesús
habla de los fariseos diciendo: «Haced, pues, y observad todo lo que os
digan; pero no imitéis su conducta, porque dicen y no hacen» (Mt 23,3);
querría pensar que en la situación presente no se da la misma proporción en propio favor. Insistir mucho en ello. Aquí nos centraremos en lo criticable y no en
sujetos particulares, incluso en aquellos de quienes comento alguna anécdota,
aprecio muchas de sus cualidades y deseo imitar cuanto en ellos hay de virtud.
Asimismo, sé que hay muchos que escapan de los patrones que aquí se describen.
También es importante señalar que muchos de los defectos
reconocibles en el Opus Dei no son exclusivos de él, ya que algunos son
heredados de otras instituciones y otros son replicados (haya relación causal o
no) por otras congregaciones de perfil conservador.
Antes de comenzar con la crítica en sí, conviene aclarar el
lugar desde el que se escribe. No es una crítica de tipo liberal progresista,
más bien al contrario: pretende ser desde la fidelidad a la Tradición de la
Iglesia. Asimismo, se critica desde fuera, sin haber estado en ningún momento
vinculado como colaborador con la prelatura (ya sea como laico numerario,
supernumerario ni agregado) ni incardinado en la misma como clérigo, si bien sí
se ha trabajado en parroquias codo con codo con sacerdotes de la Sociedad
Sacerdotal de la Santa Cruz. También es importante aclarar que se escribe desde
la experiencia de haber estado cierto tiempo en un seminario mayor, lo que
puede contextualizar algunas de las anécdotas, insistencias y perspectivas.
Hablaremos primero del fundador, a continuación de la
institución, después de elementos de su espiritualidad y concluiremos
refiriéndonos a su esencia.
Marqués pastor
José María Julián Mariano Escriba Albás nació el 9 de enero
de 1902 en Barbastro y será conocido en el futuro como San Josemaría. Acerca de
su santidad, aquí no va a cuestionarse, personalmente creyendo en la
infalibilidad de las canonizaciones, una opinión que algunos no comparten, pero
en general se considera consensuada. Sin embargo, es importante señalar que la
santidad no equivale a impecabilidad, inspiración en sus obras, o ser
completamente ejemplar. En lo que respecta a la infalibilidad (como creemos que
existe), solo garantiza que dicha persona está en el cielo (algo que ojalá se
hubiera tenido en cuenta al considerar figuras como Dídimo el Ciego).
San Josemaría desarrolla entorno a él, en su fundación, un
culto a la personalidad problemático que veremos como patrón en tantas otras
realidades eclesiales, en algunos casos con infeliz desenlace (el IVE con C.
Buela, los LC con Maciel y tantas otras congregaciones).
Durante el siglo XIX en general y en particular en España se
sufrió un “boom” fundacional, congregaciones de toda clase con finalidades a
menudo similares pero cada una con sus acentos: religiosas para la educación,
para la asistencia de enfermos, de pobres, misioneros parroquiales, sacerdotes
para la formación de sacerdotes, etc. El chiste que refiere al desconocimiento
de Dios del número congregaciones femeninas apunta a momentos como este. No es
este el momento para alabar o criticar este fenómeno. Sí que queremos señalar,
sin embargo, estas poco a poco comenzaran a reivindicar sus características
únicas y su espiritualidad particular. Si tenemos carmelitas teresianas
misioneras y la Compañía de Santa Teresa de Jesús, ambas dedicadas a la
educación, necesitaremos encontrar algo que las diferencie, un “carisma” (no se
pretende afirmar que el término se usara de esa manera en esa época, ni hacer
declaraciones históricas acerca de estas dos congregaciones, más allá de sus
similitudes en su misión particular y su coincidencia en tiempo y espacio).
San Josemaría se considerará a si mismo portador de una
realidad que cree inspirada por Dios, receptor de una privilegiada
“revelación”, se desarrollará un culto a su alrededor, ya en vida, que él mismo
fomentará de forma activa. Los males del culto al fundador creo que son
conocidos por la mayoría y, al mismo tiempo, han sido evidentes en los últimos
años al ver a fundadores terribles. Esto implica, en última instancia, una
suerte de nueva revelación y una absolutización de la propia espiritualidad,
además de la imposibilidad de defecto en la misma. Todo esto, además, debe
fundarse en la pretensión de que el mensaje revelado debe aportar alguna
novedad radical (de otra forma no tendría sentido).
Sobre el fomento de San Josemaría de este personalismo, podemos referir frases suyas como:
«Yo ya no soy joven. No lo digo por darme el gusto de llamarme viejo, sino porque siento el deber de transmitiros esta idea, que parece de poca importancia, y sin embargo tiene mucho relieve. Tomad vuestras notas, y grabad en vuestro corazón lo que os digo. Porque no sólo os habla un sacerdote: es el Fundador, y no hay más que uno. Papas, conoceréis muchos; yo he conocido a varios. Cardenales, a montones. Obispos, más aún... pero Fundador del Opus Dei no hay más que uno, aunque sea de tan poco fundamento como yo: ¡uno sólo! Y Dios os pedirá cuenta si no atendéis mis indicaciones. Por mi boca os habla especialmente Jesucristo, porque yo especialmente en su nombre soy el buen Pastor.»[1]
«Si no pasáis por mi cabeza, si no pasáis por mi corazón, habéis equivocado el camino, no tenéis a Cristo.»[2]
«¡Cómo
os quiero a todos, hijos míos! Cara a cara no me atrevo a decíroslo. Os quiero
con toda mi alma, os quiero más que vuestros padres, aunque no os haya visto
nunca. Este cariño que os tengo, hijos, no es caridad oficial, seca; es caridad
verdadera y cariño humano sensible porque sois mi tesoro. Cuando lleguéis a
viejos, contad que el Padre os quería así»[3]
Dará lugar esto a una absolutización
de su mensaje y prácticas (cuando interese, como veremos). Además, esta
dinámica se replica en sus distintos sucesores, repitiendo el beato Álvaro del
Portillo:
«Si
no pasáis por mi cabeza —decía nuestro Fundador—, si no pasáis por mi corazón,
habéis equivocado el camino, no tenéis a Cristo”. Estas palabras pronunciadas
por nuestro Fundador hace muchos años, son y serán válidas siempre: en primer
lugar, referidas a su persona; y también aplicadas al Padre, sea quien sea a lo
largo de los siglos.»[4]
También se refieren frases suyas
pidiendo cuidar elementos de culto entorno al fundador, insistiendo en que no
pasase como con los jesuitas, que inexplicablemente habían dejado perder mucho
legado de sus orígenes. Si bien esta frase no procede de fuentes oficiales:
«El
Padre -recuerda Fisac-, solía decir que seríamos tontos si no procuráramos
conservar los vestigios de los primeros tiempos. No hagáis como los jesuitas,
que ahora lamentan haber destruido las huellas de san Ignacio.»[5]
En esta línea, se podrían leer
cosas como Torreciudad, Villatévere, machacar cosas como Rialp, placas pagadas
por la Obra en lugares en los que, como tantísimos otros santos, él pasó
(pienso, por ejemplo, en el camarín de la Virgen de la Mercè, algo que se puede
encontrar en muchos otros lugares). Asimismo, las celebraciones internas de eventos
como el cumpleaños del “padre”, su aniversario de ordenación, se inaugura un
casi-calendario litúrgico paralelo. No desarrollaré mucho este punto en
particular por considerar que es más lectura personal, pero cualquiera puede
percatarse de la desproporción en comparación con otros santos y sus
respectivas diócesis o congregaciones.
Este afán de importancia creo
que es reconocible en muchas facetas del fundador que no podemos abordar todas,
para más interés, con precaución (pues muchos de los que escriben son gente rebotada
y, en ello, con sesgo), uno puede encontrar anécdotas en sitios web como
opuslibros o opus-info. En esta sección, nos limitaremos a comentar aquello con
lo que hemos iniciado esta sección: el nombre.
En su partida de bautismo,
aparece como José María Julián Mariano Escriba Albás. Veremos que primero
cambiará el “Escriba” por “Escrivá” y, posteriormente, para hacerlo más
distintivo, añadirá del “de Balaguer” a su apellido, algo completamente
novedoso (el cambio anterior podría tener cierto sentido al considerar el
origen catalán del apellido). Asimismo, empezó a unir su nombre (lo que dio
lugar al “Josemaría” que conocemos) y, finalmente, solicitó a la administración
franquista el marquesado de Peralta, que le fue concedido (proceso que, según
Ricardo de la Cierva, carecía de motivos al no existir vínculo familiar con los
antiguos propietarios). Finalmente, terminó firmando como “Josemaría Escrivá de
Balaguer, Marqués de Peralta”, un título completamente innecesario para un
clérigo y que en forma alguna redundó para bien familiar como a menudo se
quiere pintar.
La lógica fundacional en el caso
de San Josemaría difiere notablemente de otros santos. No encontramos frases
similares a las mencionadas en San Benito, San Antonio o San Francisco, quienes
se dedicaron a una vida espiritual más profunda y ganaron seguidores sin
buscarlo ni pretenderlo. Por ejemplo, San Francisco tuvo períodos en su vida en
los que ni siquiera fue el superior de la orden franciscana. Otras órdenes se
originaron a partir de varias personas que se sintieron impulsadas hacia una
forma de vida común. Incluso en el caso de los controvertidos jesuitas (baste
leer a Melchor Cano), su fundación implicó un grupo inicial que, si bien se
reunió en torno a San Ignacio, este último no buscó crear la orden ni
dirigirla, aunque finalmente fue elegido primer prepósito general. Al parecer,
hacia el final de su vida, San Ignacio quería renunciar, deseando que se
eligiera a San Francisco Javier como su sucesor, aunque este ya había fallecido
cuando envió la carta solicitando su regreso a Roma.
En este contexto, las
congregaciones contemporáneas más saludables son, con frecuencia, las que
carecen de un fundador en el sentido tradicional, es decir, aquellas que se
originaron a partir de un grupo reducido de sacerdotes que decidieron llevar
una vida en común u otras estructuras similares.
Cosillas que chirrían un poco en
el fundador, sin querer perder el tiempo en batallitas. No hace falta ser bueno
en todo para ser santo, pero considero los defectos de San Josemaría de los
menos idóneos para un fundador. Quizá también un fundador a su uso sería
imposible sin esos defectos, pero su creación arrastrará lo bueno y lo malo
como revelado por Dios, más aún si se malentiende lo que implica una
canonización.
Mi iglesia perfecta
En una primera aproximación al
Opus Dei, uno descubre un mundo inmenso de cristianos que se conocen entre sí, de
los que no había tenido conocimiento hasta ese momento. De repente, uno contempla
una sociedad paralela cristiana entorno a unos colegios y centros de los que
uno ni siquiera sabía que existían.
La “perfección” de la Obra de
Dios mueve a ese aislarse en lo propio que es lo bueno. ¿Por qué tener parte en
algo que no es la Obra de Dios? Más si fuera está plagado de peligros para el
alma y supone seguir el mal espíritu confesarse con un sacerdote que no sea “de
casa”, ni tampoco cabe dirigirse espiritualmente con él:
«En
la Obra, todos debemos acudir al sacramento de la Confesión al menos una vez
por semana. Conviene que os confeséis con los sacerdotes que están designados.
Podéis hacerlo con cualquier sacerdote que cuente con licencias del Ordinario.
De esta manera, yo defiendo la libertad, pero con sentido común. Todos mis
hijos gozan de la más absoluta libertad para confesarse con cualquier sacerdote
aprobado por el Ordinario, y no se encuentra obligado a decir a los Directores
de la Obra que lo ha hecho. ¿Uno que proceda así peca? ¡No! ¿Tiene buen
espíritu? ¡No! Se ha puesto en camino de escuchar la voz del mal pastor.
Ciertamente,
como la mayor parte de los miembros del Opus Dei viven en sus casas, en los
lugares más diversos, no siempre podrán dirigirse a los sacerdotes de la Obra,
y algunas veces se confesarán con otros. Cuando así actúen, al abrir su
conciencia, se despertará un suavísimo aroma de campo cuajado, bendecido por el
Señor, la fragancia de una vida entregada plenamente a Dios y embellecida por
la delicadeza de conciencia. Pero si, en algún caso, en su alma no se diera esa
situación, conviene que se ponga en manos de su hermano, el buen pastor, aun
cuando para eso haya de emplear medios que se salgan de lo corriente.
Si el
alma en circunstancias particulares necesita una medicación –por decirlo así-
más cuidadosa, esto es, si se requiere el oportuno y rápido consejo, la
dirección espiritual más intensa, no debe buscarse fuera de la Obra. Quien se
comportara de otro modo, se apartaría voluntariamente del buen camino e iría
hacia el abismo; sin duda, habría perdido el buen espíritu.»[6]
Provoca esto un cierre
pseudo-sectario dentro de lo que es el Opus Dei, lo que tristemente lleva a
menudo que, al salir una persona rebotada del Opus Dei, en eso mismo descarte a
la Iglesia entera, al no conocer la posibilidad de otra cosa.
Este aislamiento lleva, a
menudo, a fagocitar otras realidades eclesiales, dañando a menudo a la
parroquia o a otros grupos. Por ejemplo, cuando se celebran liturgias
dominicales en centros vinculados a colegios en que a la vez reciben la
catequesis de comunión, no teniendo a menudo claro los padres donde empieza el
club y termina la escuela, confundiéndose estos dos tipos de actividades. Refuerza
esto la cerrazón del grupo y haciendo que, a menudo, chicos relacionados al
Opus Dei no hayan conocido otra realidad católica fuera de su club, que les da
todo.
Esta prelatura se convierte en la fuente de la vida
espiritual para quien a ella acude, lo que hace comprensible, pues, su deseo de
protección y promoción. Sin embargo, esto puede llevar un corporativismo que a
menudo atentará contra la verdad o la caridad. Es algo muy recurrente el ver
interés por parte de la gente del ambiente del Opus Dei a quienes se acercan ni
que sea de forma marginal, pero cuando alguien se aleja del Opus Dei, todas las
simpatías y atenciones con que han sido tratados desaparecen; esto puede ser ya
con un laico, ya con un presbítero que quieren que se una a la Santa Cruz, un
seminarista que acompaña a sus compañeros a un círculo o incluso un chico que,
presentándose por primera vez a un sacerdote, al comentarle que va a entrar a X
seminario, recibir inmediatamente la propuesta de ir a estudiar a Navarra.
Llegando, además a “traiciones” y falta de “honestidad”, protegiendo a sus
seminaristas y llegando a hablar mal de quienes se han alejado del Opus Dei
solo por eso mismo (si se ha ido es que tenía mal espíritu) ante los
formadores. Dos acciones malas idénticas por parte de sujetos distintos
recibirán distinta valoración según sea “de casa” o no, y si se oye que es “de
casa”, automáticamente sus acciones u opiniones despiertan aprobación o
defensa; si un profesor es mediocre y uno es bueno, con que el primero sea de
casa recibirá mayores elogios. Todo esto son situaciones de las que puedo dar
fe personalmente.
Este interés por la propia institución lleva a un
desentendimiento por todo lo demás. Mientras el Opus Dei mantenga su
“ortodoxia”, al resto de la Iglesia da igual lo que lo pase. En cierta lógica
burguesa, lo importante es la conservación de la propia riqueza, de la propia
familia privada, los demás estarán bien si entran a formar parte de lo nuestro
y ayudaremos al de fuera queriendo atraer a dentro.
Estas críticas, en particular en el último párrafo, suponen
generalización, sabiendo que hay muchos con verdadero celo y preocupación por
la situación de la Iglesia, pero se constata que, por lo general, de facto se
da ese desinterés por el prójimo: su culpa por ser progre, su culpa por X o su
culpa por Y; no es mi culpa.
Esta actitud se evidencia, por ejemplo, en la lógica de sus
escuelas, pequeñas burbujas (con ciertamente muchas cosas buenas) pero sin
hacer ningún esfuerzo por siquiera decir nada sobre la situación del resto de
la educación. Pese a no ser tarea del Opus Dei ocuparse de las escuelas de otros,
sí que sus miembros, al tener garantizado lo bueno para los suyos, dejan de
tener la preocupación mínima por el bien de los demás. De lo que resulta que
quienes sufran más de esto sean las clases más humildes, que no pueden crear
sus burbujas católicas. Quizá esta falta de compromiso ¿social? pueda deberse a
cierta ignorancia, puede aducirse que, teniendo a sus hijos ahí, no son
conscientes del abismo que hay fuera; ojalá fuera así, con todo, creo que hay
que estar muy ciego para no ver algo tan flagrante.
Esto mismo puede decirse respecto a la ausencia de
declaraciones públicas de sus miembros con mayor autoridad en temas polémicos: no
vemos a Ocariz referir al sínodo alemán en ningún momento o no manifestar
preocupación por algunas actitudes ante el Sínodo de la Sinodalidad, las bendiciones
a parejas homosexuales en Bélgica, el que a partir de Amoris Laetitia muchos den
la comunión a personas en pecado mortal, etc. Esto que aquí se comenta, es
trasladable en distintos niveles, ya a nivel de iglesia universal ya de iglesia
local, pudiendo ejemplificar lo segundo en su pertinaz negativa a colgar carteles de 40 Días por la Vida en lugares suyos.
En este afán por la promoción, se ataca a la verdad no solo
con silencio ante el mal del débil, sino también codeándose con los
perpetradores de la mentira. A nadie escapa que el Opus Dei es atacado por gran
parte de la población no religiosa, con lo que en mi opinión es una mezcla de
razones acertadas y equivocadas (equivocadas muchas de ellas pues en el fondo
critican la fe cristiana ortodoxa y al Opus Dei adhiere a esta). Para intentar
mitigar estas hostilidades, los miembros del Opus Dei no dudan en buscar buenas
relaciones con políticos o académicos para nada católicos. Invitan a altos
cargos de política autonómica o a alcaldes a los actos de sus colegios, a dar
charlas en simposios a gente mediocre pero con prestigio y así, moviéndose por
la imagen. Una anécdota que siempre viene a mi cabeza es una conferencia en
que, el ponente (ateo), al lado de un sacerdote de la prelatura y un numerario,
hablaba de la relación entre ciencia y fe y, entre otras perlas, afirmaba que
el celibato era algo antinatural y completamente absurdo. Así, por ejemplo,
invitan a políticos que hacen leyes anticristianas que a ellos no les afectan,
pero cuando les quitan el concierto por tener escuelas diferenciadas, se quejan
después de no haber hecho nada por ellas, porque no los habían molestado
personalmente. ¿Quizá esto último sirva para espabilar? Ojalá así sea.
Como hemos señalado, en estos últimos puntos se produce un
cierto desinterés por la verdad. Relativo al silencio y a estas complicidades,
se da también un pragmatismo en lo intelectual. No hablo solo a un moverse ad
extra (y, últimamente, cada vez más ad intra) según las dinámicas de fuera (por
ejemplo, con la adulación) sino que incluyo también aquello relativo a la
formación más intelectual, esto da lugar a una lógica similar a la siguiente: “aunque
pudiera ser verdadera la filosofía de Santo Tomás de Aquino, moveremos a que
nuestros doctores se especialicen más en filosofía más continental, por
ejemplo, o en materia de derecho, esconderemos textos de Álvaro d’Ors porque su
tradicionalismo no se estila y no casa con la imagen que queremos transmitir;
así, promocionaremos políticos y juristas liberales o tesis doctorales sobre
Kierkegaard o Levi Strauss. Es esto lo más conveniente para nuestro diálogo con
lo externo”.
Acabamos de mencionar el ocultar textos, que es algo que no
solo para con algunos profesores que fueron suyos (d’Ors en Navarra) sino que
hacen también con textos de sus propios fundadores. Numerosas charlas de San
Josemaría han sido quitadas de internet aduciendo la prelatura derechos de
autor, pese a no suscitarme interés, son muchos, por ejemplo, los que claman por
acceder a las “Tres Campanadas”, junto a estas, tantos otros textos que han
quedado como meditaciones internas casi inaccesibles, también de multitud de
documentos internos (referentes a objetivos vocacionales, a planes de vida y
tal) que han hecho esfuerzos para que dejasen de circular. Además, en
contradicción con el absolutizar al fundador, en ese moverse con lo de fuera,
pasando materiales controvertidos a sus miembros contextualizan aquello más
polémico del fundador negando su sentido original (más allá de si se está a
favor o en contra de estas opiniones de San Josemaría, pienso en particular en las
críticas al misal de Pio VI y a la concelebración).
Por último, siguiendo en lo relativo a la verdad, queremos
también destacar el engaño a los fieles al presentar su propia estructura
dentro de la Iglesia. El ser la única prelatura personal ayuda a no poderse
comparar con otras realidades, pretendiendo ser una especie de casi diócesis
personal cuando no lo es. Si bien es cierto que el apartado respecto a las
prelaturas personales aparece en la parte del Código de Derecho Canónico
referente a los laicos, es porque estas prelaturas pueden recibir como encargo regiones
o grupos sociales u obras particulares por parte de clero secular; pero
propiamente solo pertenecen a la prelatura los clérigos. Ningún no ordenado es,
estrictamente, miembro de la prelatura personal del Opus Dei, por más que lleve
más de treinta años como numerario viviendo en un centro; tienen un acuerdo
establecido para cooperar con esta, sin pertenecerle. Se puede llegar a ver, en
algunos centros y santuarios del Opus Dei cómo en el canon eucarístico añaden,
junto al Papa y al Obispo del lugar, al prelado del Opus Dei; así, mienten en
el culto público de la Iglesia, afirmando la comunión con el resto de la
Iglesia Católica a través del prelado, lo cual es falso al no tratarse de una
diócesis personal. En la constitución jerárquica de la Iglesia, un numerario
tiene la misma relación prelado como con un diácono siro-malabar. En esta
línea, desde medios oficiales del Opus Dei se ha hablado del Prelado como “el
Obispo Prelado del Opus Dei” u “Obispo y prelado”[7]
como si fuesen obispos para los fieles del Opus Dei y no a título personal
(como realmente es, apareciendo en los documentos oficiales como «Nombre,
obispo, prelado del Opus Dei»), imagen reforzada cuando dicho obispo a
título personal es quien ordena a sacerdotes de la prelatura, replicando
simbólicamente la estructura diocesana. Podemos leer, por ejemplo, respecto a
la ordenación episcopal de Álvaro del Portillo, como afirmaban que «Juan
Pablo II confirió a don Álvaro la ordenación episcopal, algo bien conforme con
la naturaleza jurisdiccional y jerárquica de la Prelatura»[8],
algo que claramente no aparece por ningún lado en el derecho canónico y, en esa
línea, las medidas del Papa Francisco no ordenando a Ocariz obispo han causado
molestia y ofensa, cuando es lo propio. Ocariz, en su momento, escribió
respecto a la ordenación del beato Álvaro del Portillo: «el Prelado ha sido
ordenado Obispo porque el episcopado es conveniente a su función eclesial en
cuanto Prelado» y «En consecuencia, como la jurisdicción del Prelado -no
sólo sobre los sacerdotes, sino también sobre los laicos- es una verdadera
jurisdicción de naturaleza episcopal, (…) es plenamente coherente desde el
punto de vista eclesiológico que quien recibe del Romano Pontífice una
jurisdicción de naturaleza episcopal como jurídicamente propia, y no vicaria,
reciba también el correspondiente Orden sacramental»[9];
Ocariz no ha sido ordenado pese a haber sido hecho prelado, argumentando con
acierto la constitución apostólica Predicate Evangelium que no ordenando
se evidencia mejor la naturaleza jurídica de asociación clerical (prelatura) y
que la ordenación del prelado no es conveniente a su función eclesial pues no
es una verdadera jurisdicción de naturaleza episcopal. Álvaro del Portillo no
era “obispo prelado del Opus Dei”, era, por un lado, prelado del Opus Dei y,
por otro, obispo de la diócesis de Vita.
Pero todos estos problemas de su institución son
secundarios, lo principal está en su espiritualidad, con la que enlazan algunos
elementos anteriores.
El peor rosario es el que no se reza
El Opus Dei nace en un contexto muy específico y ahí se
queda congelado, lo que era un apaño se convierte en lo definitivo y castra
espiritualmente a su multitud.
La contraposición entre jesuitismo y el Opus Dei puede
entenderse en algunas cosas: choca completamente la épica de los primeros
jesuitas con la reivindicación de lo cotidiano propuesta por San Josemaría y,
en momentos contemporáneos, uno es identificado como adalid del progresismo y
el otro más bien de lo contrario (más allá de lo exacto o inexacto de esta
visión). Con todo, la Compañía de Jesús no ha sido algo estanco y rígido y tuvo
momentos mejores y peores; en cierto modo, puede reconocerse la espiritualidad
del Opus Dei como continuadora de un decadente jesuitismo devotiomodernista
decimonónico.
De los “peligros” de la devotio moderna se ha escrito mucho.
Podemos aquí recomendar a García-Villoslada (Rasgos Característicos de la
Devotio Moderna). No cumple con todos los elementos característicos de la
devotio moderna (que empieza en el siglo XIV -especialmente aquellos referidos
a las formas de oración mental-), pero muchos los conservará (los más
“prácticos”).
Señalaríamos el culto al método y al director espiritual. Se
cae en un reglamentarismo matemático de la vida espiritual, en un examen con la
que pasar cuentas, en una lista de tareas pendientes que cargará la conciencia
si no se cumple. Tener un plan de vida en sí mismo no es malo, pero el riesgo
de reducir la vida espiritual a su cumplimiento es cuanto menos peligroso. En
algunos casos llevará a la casi esquizofrenia al ver que no se consiguen los
objetivos (en quien los vea de forma exigente) o, por el otro y más común en la
realidad particular del Opus Dei, a una espiritualidad de mínimos donde se han
cumplido los objetivos. Ambos casos se dan en el Opus Dei, si bien parece el
primero ido a menos (pues, tras años de rebotes, al final uno reacciona -cosa
que no implica que dicha reacción sea la ideal-) pero podría reconocerse más en
quienes tienen “vocación al Opus Dei”; el segundo es el que encontraríamos en
la gente de su “ambiente”, personas que frecuentan círculos, escuelas, centros…
Tener un plan de vida es algo bueno, nadie improvisa (o
debería improvisar) cada día su vida espiritual, con todo, un enfoque demasiado
cerrado puede llevar con toda facilidad al voluntarismo y al mero cumplimiento
externo. Esto en especial unido a exámenes de conciencia que, literalmente,
consisten en marcar en una tabla con equis lo que se ha hecho y lo que no,
exámenes de conciencia que luego se comprueban con el director espiritual.
Baste como muestra de ello una de estas tablas para una niña de 11 años de una
escuela y, después, uno para adultos.
No consigo encontrar la cita, así que asumo que puedo errar,
pero si mal no recuerdo, en una ocasión San Josemaría dijo algo similar a: “si
cumples el plan de vida, eres santo” cuando para nada es así, aun cuando puede
ser una ayuda. Se entiende al ver esas tablas como puede ser enfermiza esa
forma de espiritualidad y considero que son algo esencial en la espiritualidad
del Opus Dei. Dado que este elemento aparece como el más fundamental,
volveremos al mismo antes de terminar la sección.
El segundo elemento respecto a su espiritualidad es el foco
en las virtudes. Obviamente no voy a decir que las virtudes son malas, pero sí
el centrar la vida religiosa en la moralidad, en la adquisición de virtudes.
Esto sin demasiada insistencia en la gracia, reapareciendo el elemento
voluntarista. Además, la vida “mística” la hemos visto ya interpretada en línea
legalista, en línea normativista, más que no enfocada en buscar una unión
mística con Dios. Esto se da, en parte, vinculada a una tendencia
anti-especulativa, una tendencia práctica, que como veremos no se puede
desligar de su forma de enfocar la santificación del trabajo. Anti-especulación
que encontramos a menudo en su formación (pese a no tener herejías, sí que se
queda en una catequesis, de nuevo, en torno a virtudes y a prácticas de piedad,
a trucos para el plan de vida, para disciplina… Por más que uno lleve 4 años de
numerario, seguramente no sabrá lo que es el nestorianismo, por ejemplo) y, de
rebote, afecta en su oración: desconocimiento bíblico, desconocimiento de
espiritualidad más simbólica, desconocimiento de una espiritualidad litúrgica…
La última de todas daría para un tema aparte y es, entre
otros, síntoma del enfoque individualista de la espiritualidad
devotiomodernista. Pone el foco en la salvación “privada” y esto lleva a una
desaparición de la épica, de la vida verdaderamente apostólica, de la
misionera, también, en lo político, una postura con poca esperanza, aceptando
las normas impuestas desde fuera y dejando de buscar realmente una sociedad
confesional (tampoco la necesitan porque ellos están ya particularmente bien en
su micro-sociedad, necesitan solo mantenerla). Este elemento anti-épico sería
el que en el jesuitismo lo haría más incompatible con la devotio moderna, pero
no deja de ser el que en gran medida ellos mismos propusieron a la gente con el
paso del tiempo (no toca ahora debatir si se estropea la Compañía desde
Acquaviva, más tarde o si ya lo estaba en su fundación, así como tampoco discutir
el alcance de estos errores dentro de la Compañía). Son medidas que pueden
entenderse para un estadio inicial, si se recibe a una sociedad cristiana que
es ajena a la práctica de la piedad, pero pronto debe trascenderse; en la
situación particular en que el Opus Dei nace, se puede entender que se quisiera
dar un nivel básico a una masa grande, pero 1950 fue hace ya más de 70 años.
Masa grande que, para más inri, a menudo no estaba mal formada tampoco, ya que
a menudo pescaban y pescan en pecera, ya fuese en jesuitas o la Acción Católica,
por ejemplo.
En esto se entiende la incomprensión de la liturgia. No es
un fenómeno exclusivo ni mucho menos y es algo heredado. La crisis litúrgica
viene ya del renacimiento, los jesuitas fundan una “orden” sin coro y a partir
de ahí muchas otras congregaciones con fines apostólicos lo imitan. La misa se
lee en categorías de piedad personal, el plan de vida del numerario no incluye
el rezo del oficio divino y ni siquiera sus sacerdotes lo celebran de forma que
no sea privada (destacar la curiosidad de que el “opus Dei” de los monástico gire
entorno al rezo de las horas canónicas mientras quienes ponen ese nombre a su
prelatura rechazan su celebración). Pueden tener en Torreciudad 3 sacerdotes
viviendo (lo ignoro) y otros tantos numerarios y no se celebra públicamente ni
un solo oficio de la Liturgia de las Horas en el santuario mariano. Llega al
punto de, en una confesión, refiriendo mi costumbre de rezar Oficio y Laudes en
el trayecto al trabajo, el sacerdote habló de ello diciendo que “no es
perjudicial”, pero. Es un problema general de la Iglesia que, al Opus Dei, se
le añade el ser parte de su “carisma”, cosa que dificulta cambiar en este
punto, que se puede apreciar en detalles como la nula participación del pueblo
en el canto de la liturgia cuando están fuera de casa (porque en “casa” la
tendencia es recitarlo todo).
Algo que hemos insinuado ya pero en que no voy a alargarme
mucho es del de la dirección espiritual. Creo que en internet puede encontrarse
material abundantísimo sobre el tema y seguro que muchos han escuchado de
primera mano testimonios de abusos de conciencia, revelación de secretos de
confesión con tecnicismos (tales como hablar del tema a confesar antes o
después de la confesión o dar a entender la presencia de algunos pecados
poniendo pegas cuando se le pregunta al director como ve a su dirigido para X
cargo), amenazas de condenación por no seguir la “vocación al Opus Dei”, planes
en veinte pasos para conseguir que alguien que se acerque por primera vez
termine pitando (pitar significa en el contexto del Opus Dei, decir que quiere
firmarse el contrato de colaboración), documentos internos presionando para
conseguir un determinado número de vocaciones para lucirlas en ocasión de determinado
año, etc. A la que uno se mueva un poco oye historias de todo tipo en gente de
todas las edades. Han sucedido aberraciones aunque, nobleza obliga, van yendo a
menos, tras múltiples avisos y viendo el daño hecho en muchos. De nuevo, este
tipo de prácticas o análogas se repiten en muchas congregaciones contemporáneas
conservadoras. Sí que sigue habiendo un trabajo muy grande a hacer: la
dirección espiritual en el Opus Dei es uniformista, solo comprende un patrón
idéntico para todos (véase, por ejemplo, el dar las tablas de plan de vida
indiscriminadamente a todos los niños, más allá de como viva él su vida de
piedad en su casa, parroquia o donde fuera) y, además, suponiendo en ella una
obediencia inexistente, llegando a escuchar de directores espirituales mandando
algo en virtud de la obediencia que se le debe (y esto dicho no ya a numerarios
o similares -que, pese al error, podría ser entendible-, sino a un seminarista
con director espiritual de la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz, en este
caso lo mandado era leer un libro sobre uno de los primeros obispos de la Santa
Cruz). Podríamos alargarnos y llenar libros, pero lo dejaremos aquí, uno puede
buscar más y encontrar si lo cree conveniente. Para muchos aquí están los
peores males que ha hecho el Opus Dei, no analizaremos ahora estas situaciones
particulares, subjetivamente muy duras en algunos fieles.
En general, para todo el tema de la espiritualidad en estas
realidades más recientes, recomendar el libro Riesgos y derivas de la vida
religiosa del cartujo Dom Dysmas de Lassus, prior de la gran cartuja, pues
muchos de los vicios referidos anteriormente (que dañan la salud espiritual y
mental de muchos) están presentes en muchísimas realidades (IVE, Hogar de la
Madre, Legión de Cristo y tantas otras).
Antes de volver al plan de vida para enfocarlo del punto de
vista de la laxitud (que es el que más gente vive), no podemos dejar de tocar
aquello que reivindican como carisma: esto es, la santificación del trabajo. De
nuevo, como en muchas de las cosas referidas anteriormente, no está el problema
en lo que es en sí mismo la santificación del trabajo (como tampoco lo está en
tener un plan de vida o director espiritual), el problema está en las
omisiones, los acentos o deformaciones. Ya sea por su “clientela” o ya sea por
otras razones, la realidad es que la mentalidad general con que se lee esto es
que el santificar el trabajo equivale a pensar que se le ofrece a Dios y a
buscar el mayor éxito mundano profesional, siendo así buen signo el tener
cargos importantes, un buen sueldo, un estatus social, etc. Más que buscar un
servicio humilde a Dios en el propio trabajo (y, sobreabundando, este servicio
repercute en los demás, tanto en lo material como en lo espiritual -debería ser
un lugar donde poder hablar de Dios al prójimo-), lo que se busca es ser lo más
profesional posible y esto implica trabajar como el mundo para no quedar atrás,
justificándose así “egoísmos” empresariales, acomodándose a formas económicas
injustas sin cuestionarlas (y, de hecho, promoviéndolas a menudo, pues en ellas
se ha santificado el Opus Dei y se ha llegado donde está). Esto se me hace
indisociable del hecho de que la prelatura tenga orbitando a su alrededor gente
de clase alta o muy alta (que a menudo no se reconocen en ello, pues todos
acostumbramos a considerarnos “promedio”), alimentando así esa burbuja elitista
referida en el segundo apartado. Pueden en un círculo o en una “meditación” hablar
del taxista con la estampa de San Josemaría pero, aun cuando fuera cierta la
historia, no dejaría de ser una realidad completamente marginal. Se cae en
cierta manera en el error de algunos calvinismos de asociar la prosperidad
económica a la santidad, y se produce que, además, esta prosperidad económica
ayuda a conservar la prole en la burbuja en que, ciertamente, se persevera más
en la Iglesia que fuera de la burbuja, desprotegido ante los embates de una
sociedad atea. Los procesos paralelos en la misma esfera (éxito social y
transmisión de la fe) pueden parecer implicar causalidad, cuando pueden
explicarse perfectamente de forma independiente. Además, esta vivencia mundana
del trabajo, lleva a la compartimentación de la vida y, pese a que uno de los
objetivos del Opus Dei pueda ser la unidad de la misma, lleva a distinguir
claramente los ámbitos en la mayoría de sus miembros, pasando la religión no a
ser aquello que lo vertebra todo sino algo que está en una estantería más de la
vida, como mucho con algo repartido en los demás sitios, pero sin ser Dios lo
central, lo único importante, lo que radicalmente configura todo: el modo de
trabajar, el modo de festejar, el modo de hacer caridad…, porque todo eso se
configura según lo profesional, según lo exitoso a ojos mundanos. Creo que de
este elemento puede trazarse un paralelismo con muchas de las cosas comentadas
en el punto anterior respecto a la institución misma.
En este mismo sentido y casi como paréntesis de lo último
visto, acerca de su “carisma”, en relación además con su realidad jerárquica,
aparece como algo cuanto menos curioso el papel del numerario o agregado: se
insiste en negar que son consagrados y ciertamente no realizan ni consagración
ni votos, tan solo tienen un contrato de colaboración que van renovando cada
tiempo determinado. Así, es un celibato en que se prohíbe la espiritualidad
celibataria, consagrada, esponsal; costando, pues, creer que realmente exista
vocación a tal estado de perfección que reniega de la perfección del propio
estado.
Visto esto, ahora sí volvemos al punto inicial: la mayoría
de gente que se acerca al Opus Dei no es ni numeraria ni agregada, habrá
algunos que serán supernumerarios y muchos ni eso. Con todo, este constituye su
mayor grueso de “miembros” (sin serlo propiamente), fuente de capital y fieles
a los que atienden; es aquí donde más bien o más daño se puede hacer. Este
perfil dista mucho del que ha “pitado” para algo más, en general, habrá
“resistido” o desoído ese tipo de propuestas “vocacionales”. Aquí la mentalidad
normativista tiene el efecto ya explicado: despreocupación por la vida
espiritual. El nivel de exigencia es menor y muchos se lo rebajan a sí mismos y
cumplen un plan de vida según se les ha dicho y de ahí no pasarán. Cumplen ya
con sus obligaciones religiosas, siguen su plan de vida, ya basta, son santos y
no hay más, de hecho, hacen más que muchos: van a su círculo, una vez cada Z
tiempo hablan con un director espiritual, hacen su lectura de vez en cuando,
van a un curso de retiro anualmente… Así, se da lugar a la incapacidad para una
vida espiritual, pues Dios está encasillado en unas prácticas voluntaristas
adquiridas. Así, lo importante es cumplir los compromisos, al precio que sea,
dando lugar a que, a menudo, no se sepa rezar pese a estar rezando. Recuerdo la
primera vez que me encontré con una “meditación” del Opus Dei: estaba en una
capilla del Santísimo, viene el sacerdote revestido y toma del Sagrario el
viril para llevarlo al altar mayor a exponer, voy al altar mayor para
participar de la adoración pero tras cuatro oraciones, el sacerdote se sienta en
una mesa y se pone a hablar, decido volver a la capilla del Santísimo y
regresar a la mayor cuando terminase la charla, pero al terminar,
inmediatamente bendice y reserva el Santísimo, dando gracias por ese “rato de
oración”, rato de oración que no era sino escuchar al sacerdote hablar durante
media hora. Esto lo he visto después en muchas otras ocasiones, pareciéndome
casi una ofensa terminar con la siguiente oración: «Te doy gracias, Dios mío,
por los buenos propósitos, afectos e inspiraciones que me has comunicado en
esta meditación. Te pido ayuda para ponerlos por obra. Madre mía Inmaculada,
San José, mi padre y señor, Ángel de mi guarda: interceded por mí.». Así, estar
leyendo 20 minutos el Hablar con Dios “cuenta” como oración, el rosario
hecho de cualquier manera también vale («el peor rosario es el que no se hace»,
llegando a ver, con la mejor intención del mundo, rezar un rosario dos personas
yendo en la misma moto por la autopista, dándose un toque cuando cada uno
terminaba su parte para que la hiciera el otro -una de estas dos era yo-). La
oración es convertida en mero deber: llegando en una ocasión un seminarista de
la Santa Cruz a la capilla, dándose cuenta de que en ese momento había
adoración al Santísimo y no Misa, reaccionó diciendo que no sabía que hacer,
pues: «hoy ya he hecho la oración».
Hakuna, legítimo heredero
Tras esto, queriendo unir los dos puntos clave en su
espiritualidad, llegamos a que, en la práctica (entiendo que no es así
deliberadamente y que a muchos podrá molestar), la esencia del Opus Dei no es
más que la canonización de la burguesía: a una sociedad burguesa se le da una
forma de espiritualidad cómoda para su burguesía, siendo así el éxito en la
segunda éxito también en la primera, sin exigir un cambio radical en la
conducta, sin dejar al evangelio interpelar, convertir, canonizando los bienes
del mundo: si vas a Misa, al círculo y alguna cosilla más ya eres santo porque
ya cumples tus deberes religiosos. No dista tanto de un paganismo que buscaba
contentar a los dioses para proseguir con su vida.
Ante esto, ¿a qué el título de la conclusión? Las formas del
Opus Dei pueden aniquilar deseos sobrenaturales del cristiano, cosa que en
muchos ha llevado al extremo opuesto, explotando en pasión y sensualidad, pero
se mantiene aquello esencial: oración completamente atada a la interioridad
(siendo, en Hakuna, el foco en las emociones) y, si el Opus Dei ponía el foco
en el éxito laboral, aquí el foco se pone en el éxito social, en el éxito en
las fiestas. Se canoniza una forma de burguesía diferente: antes la de aquel
que desde su despacho manda a sus hijos al club de polo, ahora la del pijo que
le gusta el surf y el copeo. En ambos casos, mundanidad a la que se le pasa un
barniz cristiano, dando lugar a un conformismo que corta las alas, por lo que solo
el huracán más fuerte podrá levantar al pájaro manco al cielo.
[1]
Del tomo de meditaciones internas “Mientras nos hablaba en el camino”, páginas
143-155, Roma, 2000.
[2]
“Meditaciones” IV, p. 354
[3] Archivo
General de la Prelatura (AGP), P01 1971, p.10.
[4] Álvaro
del Portillo, Meditaciones, tomo IV, p. 354.
[5] Alberto
Fisac, Historia Oral del Opus Dei, El Opus Dei y el mundo eclesiástico.
[6] Del
tomo de meditaciones internas “Mientras nos hablaba en el camino”, páginas
143-155, Roma, 2000.
[7]
https://opusdei.org/es-sv/article/hacia-la-santidad/
https://opusdei.org/es-es/article/el-prelado-del-opus-dei-mons-javier-echevarria-en-granada/
https://multimedia.opusdei.org/pdf/es/alvaro-del-portillo.pdf
https://multimedia.opusdei.org/pdf/es/prelado_100_don_alvaro.pdf
https://opusdei.org/es/article/madrid-se-prepara-para-la-beatificacion-del-obispo-alvaro-del-portillo/
Muy interesante el artículo, y bienvenido a este mundo de los blogs.
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