miércoles, 6 de diciembre de 2023

Realidad y Visión

Ahora vemos como en un espejo, confusamente; entonces veremos cara a cara. Mi conocer es ahora limitado; entonces conoceré como he sido conocido por Dios.

(1 Co 13, 12)



Recientemente hemos visto noticias de mujeres recibiendo el lectorado en la catedral de Toledo de manos del arzobispo primado, don Francisco Cerro Chaves. Más allá de lo que ha terminado llevando a esto y de los errores que creo que hay, mi pregunta es: ¿por qué gente buena es incapaz de entender lo simbólico, por qué es incapaz de entender la liturgia, por qué es incapaz de entender la naturaleza humana?


Podemos encontrar gente de perfecta doctrina pero indiferente a la liturgia, pienso en muchos perfiles “neocones”, algunos a quienes incluso puedo admirar en su teologizar o filosofar, pero que parece que han olvidado la íntima relación entre lex orandi, lex credendi, lex vivendi, no tanto por negarlo, sino por aislar la lex orandi del resto de la vivencia humana. Así, mientras una cosa no sea intrínsecamente mala y no sea ilegal, no hay problema en hacerla, ya sea esto admitir a mujeres como lectoras o el consentir que tres chicos y cuatro chicas estén de cháchara en el presbiterio mientras, apoyados en el altar, ponen lucecitas para la oración de Effetá.


Criticábamos en el primer artículo del blog múltiples elementos de la devotio moderna y del jesuitismo; quizás es hora de focalizar en algún tema ya referido (el más criticado en su momento fue el de fijar unas normas preestablecidas que impiden el desarrollo y crecimiento del fiel).


La vida espiritual de un cristiano tiene como lugar principal la celebración eucarística, así que, como veremos, van de la mano la destrucción de su cosmovisión con la destrucción de su piedad litúrgica. No afirmaremos ni negaremos aquí relación causal de una con otra, aunque probablemente ambas se retroalimenten.



Primero es necesario entender qué es el hombre: ciertamente es un animal racional, pero esta racionalidad no es angélica, no es puramente espiritual o intelectual, es una racionalidad en la carne y con ella misma por mediadora, una racionalidad sensible, que abstrae a través de la realidad sentida todo conocimiento y así, en último término, descubre cómo es Dios, que crea plasmándose en sus creaturas, las cuales reciben de Él el ser. Asimismo, todo es creado para los hombres: «Le diste el señorío sobre las obras de tus manos, todo lo has puesto debajo de sus pies. Las ovejas, los bueyes, todo juntamente, y todas las bestias del campo; las aves del cielo, los peces del mar, todo cuanto corre por los senderos del mar» (Ps 8). La clave, pues, de lectura de la realidad es la realidad misma en tanto que ordenada a nosotros, ordenada a nuestra salvación, siendo la creación en sí misma una suerte de primera revelación: «¡Cuántas son tus obras, oh Yahvé! ¡Todas las hiciste con sabiduría! Está llena la tierra de tu riqueza: éste es el mar, grande, inmenso; allí reptiles sin número, pequeños y grandes, allí las naves se pasean, y ese Leviatán que hiciste para juguete tuyo» (Ps 104). La Sabiduría de Dios ha moldeado la creación y esta nos habla de Él. Las estrellas no son ya solo bolas de fuego, sino que: «Los cielos pregonan la gloria de Dios, y el firmamento anuncia la obra de sus manos» (Ps 19, 8).


Así, nuestra mirada a la realidad tiene que distar mucho de la positivista o materialista, una escena que viene a mi cabeza es el siguiente diálogo de Las Crónicas de Narnia:


—En nuestro mundo —dijo Eustace—, una estrella es una inmensa bola de gas incandescente.

—Incluso en tu mundo, hijo mío, las estrellas no son eso, sino que eso es de lo que están hechas.

(Las Crónicas de Narnia, La Travesía del Viajero del Alba, c. XIV)


Pero dejémonos de rodeos, una vez aclarado esto, vayamos a la raíz del problema: el jesuitismo, el barroquismo, la devotio moderna, el positivismo, el racionalismo, el espiritualismo; hay algo común a todos estos términos y que intentaremos desgranar un poco.


Con la Compañía de Jesús aparece una orden religiosa sin coro, con una finalidad eminentemente práctica, enfocada en la prédica y en la actividad apostólica, buscando que la gente conozca su fe, conocimiento eminentemente teórico: una voluntad de hacer entender, de llenar la razón de datos, de que la gente esté informada. Así, por ejemplo, en  materia litúrgica, interesará que la gente conozca qué simboliza cada cosa, que conozca el valor de la redención… Todo en términos teóricos, racionales, “espirituales”. No interesa tanto que estos sean vividos en la oración, ni que la oración sea lugar de contemplación y participación de los misterios (esto sería matizable, pues San Ignacio buscaría en los EEEE la contemplación de los Misterios de la vida de Cristo; no hablamos tanto de Ignacio en si mismo sino del espíritu post-tridentino).


Así, hablando con un tío mío presbítero acerca de la liturgia (dicho sea que en las suyas sufro bastante a menudo), él decía que hacía lo que podía ante su público, pero que no tenían formación, que eran incapaces de entender más, que lo que hacía falta era catequesis, charlas de formación, etc. Mi tesis era radicalmente la contraria: estas charlas resultarán estériles si no se acompañan de una tierra buena en que puedan fructificar, de un humus del que nutrirse y crecer.


Con otro sacerdote amigo, al hilo de la lectura común de John Senior y hablando del tomismo y de la crisis sacerdotal post-conciliar, constatábamos el hecho de que la mayoría de los que lo dejaban habían recibido una buena formación (al menos, ortodoxa), pero que sufrieron igualmente los efectos devastadores del post-concilio. Muchísimos dejando el ministerio, otros volviéndose indiferentes en el mejor de los casos o radicalmente progresistas en el peor y una minoría pequeña permaneció fiel al evangelio. Él lo atribuía a que dicha formación había quedado en un plano teórico, “ideológico”, pero no se había conseguido crear una cultura cristiana en la que arraigase, que no se había conseguido una formación integral del sujeto y que, en el caos post-conciliar, el débil edificio construido colapsó desde sus fundamentos.



Wanderer, en su blog (no apto para todos los públicos) contaba en su artículo “¡Es la belleza, estúpido!” la siguiente anécdota: «Es muy significativa la anécdota que relata un jesuita viajero en Rusia. Hablando con un batjushka, le explicaba que lo importante de ser cristianos es la conversión de los pecadores, la confesión, la enseñanza del catecismo, la oración. Agregaríamos nosotros el grupo parroquial, las marchas próvidas, los campamentos y muchas otras “manijas”. Y, en todas estas actividades, la liturgia juega sólo un papel secundario. El anciano maestro ruso le respondió: “Entre ustedes se trata solamente de una cosa secundaria. Pero entre nosotros no es así. La liturgia es nuestra oración común, introduce a nuestros fieles en el misterio de Cristo mejor que todo vuestro catecismo. Hace pasar delante de nuestros ojos toda la vida de Cristo… Para entender el misterio de Cristo resucitado, ni vuestros libros, ni vuestras predicaciones son de ayuda alguna. Para esto es necesario haber vivido con la iglesia bizantina la Noche Gozosa (la Pascua)”».


Es, pues, primordial recuperar la visión que hemos perdido los cristianos, una visión sacramental de toda la realidad y, especialmente, en la liturgia. Discutían unos amigos acerca de la necesidad por parte de tomistas de la lectura de novelas para no encerrarse en esta mentalidad “racionalista”; concedería que, dadas las circunstancias actuales, pueda ser necesario, pero la realidad es que Santo Tomás no necesitaba entretenerse con novelas ni tampoco muchos otros santos, por una sencilla razón: para ellos la realidad era ya leída poéticamente, mientras que nosotros hemos perdido la mirada cristiana de la realidad; donde nosotros afirmamos ver gigantes bolas de fuego incandescence ellos reconocían un firmamento que pregonaba la gloria de Dios, que anunciaba a los hombres el Verbo según el cual todo ha sido modelado.


Nuestra aproximación a la naturaleza debe ser más frecuente y mejor hecha (pueden valernos herramientas como el escultismo, por ejemplo) para liberarnos de una visión técnica, el cultivo de la poesía y toda otra realidad artística debe ser alimentada (las posibilidades son infinitas) y en especial nos toca el trabajo por un culto digno ante la presente devastación.


La Misa ha sido encerrada, en el mejor de los casos, a un acto de devoción privada para una íntima unión con Jesucristo a través de la comunión sacramental (casi reducida a mera ceremonia de transubstanciación) y, en el peor de los casos, a un encuentro social. Ambas tienen su parte verdadera, pero no se excluyen ni estas dos agotan lo que es la Eucaristía ni la Liturgia.


Centramos la atención en la Eucaristía al ser el acto litúrgico más fundamental y con mayor asistencia, aunque mucho de lo que se dirá sea aplicable al resto de celebraciones (horas canónicas u otros sacramentos y sacramentales).


La celebración de la misa diaria llevará consigo una privatización de la misma celebración en la que se verá como un apoyo a la devoción del celebrante o asistente. Parece que en general aparece en ámbito monástico y, en sí mismo, no es algo malo, pero sí que terminará implicando una Misa no cantada, algo que se acentuará con la referida supresión del coro en la vida consagrada (llevando a un rezo de las horas también sin canto) y que, conjuntado con la devotio moderna que pone el foco en lo individual, hará que los fieles se acerquen a estas liturgias sin apreciar diferencia respecto a una celebración “como Dios manda”.



La mentalidad racionalista será incapaz de ver lo que se perdía; a fin de cuentas, dirían, el valor de una misa es el mismo en virtud del sacrificio de Cristo y no de los elementos externos, que son reducidos a un mero auxilio para el fiel, olvidando que la Eucaristía nos fue dada por Cristo para el auxilio del fiel.


A esto, se une la reducción de lo que es la Eucaristía. Ciertamente es el Santo Sacrificio del Calvario actualizado incruentamente, pero excede de nuevo esta realidad: es participación de la liturgia celestial, es celebración de la Resurrección de Cristo, banquete de comunión, es lugar de constitución de la Iglesia… La reducción a un solo aspecto, de nuevo, puede desdibujar la vivencia espiritual de la misma y encerrar al fiel en una compunción típicamente barroca, ¿cómo intercambiar un signo de paz si estamos ante el calvario? (no discuto aquí sobre el modo en que deba realizarse el ósculo, que ciertamente en la antigua forma del rito romano era bien distinta cuando se daba). La divina liturgia bizantina termina con un alegre canto (no he encontrado la versión que más me gusta, pero sí otras: v.1, v.2, v.3, v.4) bendiciendo tres veces el nombre del Señor, algo “impensable” en las visiones reduccionistas de la liturgia latina.


Así, la liturgia dominical debería invadir completamente nuestros sentidos: el oído con el canto litúrgico, uniéndose a los cantos comunes y escuchando los propios (o cantándolo también en el coro); la vista con los ornamentos, movimientos de los ministros en el presbiterio y el ambón (y procesionando si es conveniente), con sus distintos signos y además de con las imágenes de la iglesia y su luz; el olfato con el incienso; el tacto en ritos como la aspersión, algún otro sacramental o besando y tocando las imágenes; el gusto en la comunión…


Hoy parecería que lo importante es dar formación al fiel para capacitarle a entender en la liturgia algo que no se entiende, como si la liturgia fuera algo a lo que hay que añadir todo el conocimiento adquirido fuera de la liturgia para dar sentido a esta. El problema es que se ha dejado de hacer comunicativa, se ha perdido, en el arte de celebrar, toda noción de sagrado, de mediación, visión cósmica, de actualización de la completa obra de la salvación (no un mero bautismo donde en virtud de la cruz y resurrección se perdonan los pecados para una nueva vida, sino que aquí se vive en la mayor plenitud posible en la tierra este cielo abierto del que se participa). Se ha dejado de creer en el símbolo y su expresividad: dice muchísimo más procesionar el Evangelio e incensarlo bien que no dar cuatro charlas sobre el Nuevo Testamento; más vale incensar a los laicos en el ofertorio o en el Magníficat que no darles charlas sobre el sacerdocio universal de los fieles. En cambio, si una liturgia empieza con el sacerdote saliendo por la puerta trasera del presbiterio saludando tras persignarse con un “buenos días hermanos”, más nos vale ponernos a proyectar toda la teoría litúrgica que tengamos, porque solo tendremos ahí lo mínimo esencial (invisible a los ojos) que es la validez sacramental (en que, por supuesto, Dios puede obrar maravillas).


En mi opinión, ciertamente la misa diaria podría dejarse, a nivel práctico, como algo más “devocional”, no teniendo la carga congregatoria que tiene el domingo; pero cuando uno ve liturgias dominicales de treinta minutos o a última hora de la jornada, a uno no puede sino caérsele el alma a los pies: la Eucaristía dominical está llamada a informar no ya sólo aquel día por completo (haciendo de él la actividad principal, cosa que con menos de una hora difícilmente se logrará), sino de semana entera. Esto se logrará implicando al hombre en su completud y no ignorando su realidad; no basta que “no esté prohibido” o “no sea intrínsecamente malo”, hay que buscar hacer lo mejor, pues nos va la vida en este tema. Con una mala liturgia, habrá una mala comprensión de lo divino, de la Trinidad, de Cristo, de la salvación y del hombre; de la mala comprensión de ello habrá una mala vivencia de los misterios y, en consecuencia, de la vida cristiana entera.




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Todas las imágenes son de la abadía de Chevetogne, Bélgica
En ella hay una capilla latina y una greco-católica, a la que pertenecen las imágenes.
(Habiendo podido visitarla, no la recomiendo demasiado, practican un ecumenismo en ocasiones hasta sacrílego.)



miércoles, 22 de noviembre de 2023

Nausicaä o la esencia de la realeza

Nausicaä o la esencia de la realeza


Recientemente, hice una “tierlist” de películas de Studio Ghibli acompañada una pequeña reseña de cada una, justificando su posición en la lista. Aunado esto a un reciente visionado del filme que da título a la entrada, me gustaría hacer algunas consideraciones acerca de la misma y por qué la considero una obra maestra, hasta el punto de cuestionarme si quizá la coloqué demasiado baja en la lista (colocándola cuarta, dentro de las que consideraba "perfectas").

Dije de ella en dos tuits:


Técnicamente no es de Ghibli, fue inmediatamente anterior y gracias a ella pudieron engendrar el estudio.

Realeza, naturaleza, guerra, sacrificio, entrega, resurrección, heroísmo… No puedo no ver paralelismos cristológicos casi explícitos.

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Tiene, además, un manga que se terminó después de la película (pese a empezarse antes), creo que la mayoría lo disfrutará también.


Un par de pegas: recursos economismo escasos y Joe Hisaishi (BSO) estaba experimentando.

Hecha un par de años más tarde hubiese sido una locura.


Y, en otro, la referí como epopeya, si bien probablemente le queda grande a la película y encajaría más en el manga, sin significar eso que el manga sea mejor que la película.


Afirmaría unas semanas más tarde en un tuit, a mitad del visionado (interrumpido) que:


Esta chica no irónicamente me hizo entender la esencia del realismo monárquico.


Junto a Las Crónicas de Narnia y El Señor de los Anillos (cuyos sectarios me han acusado de odiar) es probablemente algo fundamental en mi “conversión” política hacia formas tradicionalistas, aproximación en gran medida estética en tanto que está refleja la verdad y bondad de una cosa, acompañándolo después con algunas lecturas más “sistemáticas” para asentar lo que se intuía o argumentaba con lagunas.


No hay previsión de evitar spoilers, tampoco de hacer un resumen de la película. Que cada uno juzgue como oportuna o no la lectura del artículo si no ha visto el filme.

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¿Cómo hay que entender Nausicaä?


Tras los 7 días de fuego el mundo entero quedó arrasado por los dioses de la guerra, la civilización colapsó y se organizó en formas mucho más primitivas y tribales, la tecnología quedó en una situación cuanto menos curiosa (no teniendo comunicaciones modernas pero sí máquinas voladoras complejas, o usando a la vez espadas, ametralladoras y tanques). Aparecieron, además, bosques enteros de hongos de tamaños aberrantes y, junto a esta desproporción en las medidas, también los insectos crecieron en ellos de la misma forma; estos hongos expulsan esporas tóxicas que devastan aún más un mundo destruido por la guerra de 1000 años atrás. Es aquí que encontramos a nuestra princesa: Nausicaä del Valle del Viento, pequeño reino en una zona donde el aire que llega es puro y cuyo bosque no ha sido contaminado por los hongos.


El segundo tapiz extraído de la maravillosa web de https://hjg.com.ar que, además de cosas de Studio Ghibli, tiene subida la Suma Teológica entera.

Sin pretensiones, nos ilustra la obra en qué se fundamenta la institución real, así como nos propone un código de conducta para el monarca: al principio encontramos a la princesa, sin saberla todavía tal, explorando el mar tóxico. De vuelta a su pequeño pueblo, vemos cómo es recibida con gran afecto de sus conciudadanos, contentos además, por el regreso de un héroe itinerante. Reconocemos aquí en primer lugar una sociedad tradicional, un pueblo unido, pre-moderno, organizado de forma “natural”, trabajando todos en tareas similares, sin que parezca haber nada similar a una burguesía u otras instituciones que pudieran dar lugar a competencias, envidias o aspiraciones personales de ascenso. Es una sociedad donde queda plasmado en escasos minutos como el bien común supone el bien personal y como el interés particular da la impresión de ser algo inexistente, no parece no siquiera concebible, siendo que el bien común es una realidad en el lugar.


No solo eso: la educación misma se da en un contexto humano, no positivista, las noticias de fuera las trae el héroe peregrino, que trae asimismo objetos de aquellos lugares distantes; vemos en los créditos finales también como los niños se acercan al acantilado para aprender a volar en cometas de mano de una princesa con un talento innato para ello y en general curiosean todas las labores de los mayores uniéndose en alguna de ellas.


Tenemos una sociedad perfecta que funciona sola, ¿cuál es la necesidad, pues, de una monarquía, la necesidad, en definitiva, del poder? Para un moderno, el Valle del Viento es un imposible e, imponiéndose esta como realidad, parecería no exigir necesidad de gobierno: el estado aparece para “oprimir” a un hombre irracional, para frustrar los intereses particulares, imponiendo el interés general y consintiendo intereses particulares cuando no lo contradigan; parte de la premisa de que la sociedad humana no es natural y que el hombre, para convivir sin violencias con los demás hombres, necesitará de la opresión del estado. No es esta la situación que nos encontramos y, el tener un entramado político funcional, permite entender el rol del rey como gobernante, que emerge de forma natural en la comunidad humana y armónicamente se desarrolla y asienta con ella.



En la película, el padre de Nausicaä, ya gravemente enfermo con anterioridad, es asesinado por tropas de un imperio enemigo (Tormekia), situándonos, de forma automática, a la princesa como reina, princesa que en poco cambia su actuar en lo que es esencial, pero que ante una situación mucho más grave se entregará a su labor de forma más plena, siendo la diferencia más bien de grado, asumiendo ahora como reina la totalidad de lo que antes era solo parcialmente (perteneciendo a la familia real y siendo su padre casi inhábil).


El rey está ante algo que le precede: unas gentes, unas costumbres, una religión, una tierra, unas leyes… De las que no es amo, sino al contrario, es siervo y Nausicaä entiende esto entregándose por los suyos hasta la muerte.


Lo que es característico en el Valle del Viento es la inmensa devoción del pueblo hacia su princesa, hasta el punto de llegar a cautivar a la general del ejército enemigo. Nausicaä hace ciertamente merecimientos para este amor, pero el amor es antecedente: lo recibe por el simple hecho de ser la princesa y este amor es el que mueve la respuesta de Nausicaä, no puede devolver sino amor entregado a quienes se entregan por ella, llegando a cometer locuras ante las cuales todos sus súbditos le rogarían que parase, pero no puede, porque ama a aquellos que la han amado sin merecimiento.


La trama de la película gira en torno a dos ejes que se relacionan armónicamente, además de la trama política, hay otra acerca del hombre con la naturaleza, hemos ya introducido la situación en que lleva la humanidad mil años al principio de la película. Tanto el héroe itinerante como la princesa quieren descubrir el secreto del mar tóxico, de estos bosques llenos de esporas tóxicas, males que incluso afectan a quienes viven en la pacífica Valle del Viento. Este conflicto con la naturaleza es también la que mueve a Tormekia a invadir y a intentar despertar a un fetal dios de la guerra. La solución no llueve mágicamente del cielo y, aunque en la película se descubra la semilla de un mundo sano (ilustrado magníficamente con la imagen que aparece en el “fin” -おわり- del filme) no es de esperar que en vida de ninguno de los que aparecen en esta historia pueda verse el fin del mar tóxico.



La última imagen que hemos referido consiste en un brote verde en tierra pura, justo debajo de la máscara que lleva la princesa para pilotar su Mowë. Aunque el problema de la contaminación se puede solventar teóricamente sin intervención humana, resultará de hecho imposible sin una política sana, sin una política santa; de ahí que este brote no nazca sino al amparo de esta especie de casco, políticas distintas solo podrían agravar el problema ambiental, baste ver cómo el conflicto entre Tormekia y Pejite lleva a recuperar a un dios de la guerra, lleva a usar los ohms (colosales insectos) como arma, con la expansión del mar tóxico que supondría de haber acabado distinta la película.


El motor de la política tormekiana es palpablemente opuesto al de Nausicaä, hay un deseo de inmediatez en la resolución del conflicto natural, se quiere destruir el mar tóxico en vida de la general, Kushana, que odia a los insectos por experiencias traumáticas anteriores a la película. Mientras Kushana necesita ver en vida su realización escatológica particular (el mundo sin esporas tóxicas), Nausicaä se emociona viendo que el mar tóxico sólo lo es porque purifica un mundo contaminado, alegrándose de que, sea en un año o sea en 5000, la toxicidad desaparecerá, consuelo inútil para lo que es inicialmente Kushana. Nausicaä reconoce un bien común no ya sólo para los vivientes presentes: su comunión es diacrónica, con su pueblo actual, el que ha habido y el que vendrá; Kushana no reconoce este bien común, ve solo el mal que ella vive y sus intereses particulares, no dudando en invadir o actuar precipitadamente con el dios de la guerra: aun cuando no estuviera todavía desarrollado, ella lo iba a usar, pues de nada le serviría a ella en particular si moría en el ataque de los ohms. Destacar como esta comunión transcendental difícilmente es concebible sin una visión religiosa, sin ella parece imposible reconocer como bien propio el del pueblo tras la propia muerte, reconociendo el Valle del Viento impregnado en religión, reconocible en el papel de la sacerdotisa o profetisa, figura de autoridad ante el pueblo y familiar en la intimidad de los aposentos reales.


Así, la monarquía, en tanto que institución familiar, une no solo al pueblo presente, sino que, en su misma ascendencia y descendencia, une al pueblo con el pasado y el futuro y, si se permite, une el cielo y la tierra en un sentido simbólico, el rey encarna algo que le trasciende y que le permite considerar el bien común por encima de su propia persona, por encima de su propia dinastía, pues el fin de una dinastía no es su propio bien, sino el servicio.


Su raíz familiar, además, otorga a la realeza un arraigo fundamental en la naturaleza humana que la hace entendible a todo súbdito; la familia, como institución natural y célula básica social se ve replicada a nivel macro en la patria a través de un monarca con su familia, que asume el rol de padre respecto a sus súbditos, exigiéndose al pueblo un amor filial a él y a él un amor paternal a su pueblo, formas de amor que son conocidas por todos, siendo las que dan identidad al sujeto desde el momento en que uno nace (salvo casos de orfandad, que nadie pondrá como aquello deseable para nadie, por lo que tampoco debería desearse a un nivel más alto); el hombre desde el principio crece viviendo y entendiendo las relaciones de filiación y paternidad, relaciones que, con facilidad, se viven respecto a la figura patriarcal que supone el rey, tenga el título nobiliario que tenga, pues podemos reconocer a lo largo de la historia figuras patriarcales oficiosas, tales como una casa grande en un pueblo de montañas que, por las más variopintas razones, ha llegado a ser líder y custodio espiritual de una zona. Parece, pues, conveniente a la naturaleza humana esta estructura que, por otro lado, parece inevitable en todo lugar en que de hecho hay comunidad política. La familia, además, tiene como fundamento, al igual que esta institución, el amor: los padres no se escogen, no se vota al padre de familia, los hijos son el fin de la unión y don para la misma y todo es cohesionado por los amores de paternidad y filiación, además de nacer del amor conyugal de los esposos (análogo al de Cristo y la Iglesia y al del rey con su patria, pues está llamado a dar su vida por ella).



Todo esto sitúa al rey y, en nuestro particular, a Nausicaä en una posición de humildad; como hemos dicho, el amor es antecedente, la patria es antecedente, todo es recibido y en esto la misión de custodiar y proteger. Sin probablemente darse cuenta, Miyazaki va dibujando los rasgos característicos de una monarquía católica y más con lo que hará con Nausicaä en el clímax de la película.


La relación del rey con la patria es análoga a la matrimonial y esta, en el sacramento, participa de la unión de Cristo con la Iglesia, unión que supone, como hemos dicho, dar el primero la vida por la segunda. En la película, cuando todo parece inevitablemente condenado a la tragedia, Nausicaä, en un acto que parece casi suicida, busca unir a dos pueblos enfrentados, interponiendo su carne mortal entre el pueblo del que formaba parte y el castigo que se le acercaba inexorablemente. Efectivamente, lo que parece absurdo trae consigo la muerte de la protagonista, lamentándose sus súbditos de su muerte por ellos, de su muerte por su bien. Con todo, este sacrificio de uno mismo será el que trae reconciliación entre dos pueblos enfrentados (estos son, la humanidad y la naturaleza) y aplaca la ira de la segunda contra la primera, viendo a la víctima inocente que, por amor, se ha entregado en sacrificio sin esperar ningún bien temporal. Como premio a esto, los ohms le devuelven la vida, cumpliéndose así la profecía mesiánica que la sacerdotisa o profetisa había comunicado al vidente al principio de la película y que, pese a ser ella ciega, puede ver a través de los ojos de sus gentes, viendo verdaderamente en esta amistad política (pues «el amante está en el amado, en cuanto considera los bienes o males del amigo como suyos y la voluntad del amigo como suya» -S.Th. I-III q. 28 a. 4 co.-), que le narran la escena que está sucediendo: una figura de azul andando sobre un campo dorado trayendo la paz entre estas dos enfrentadas realidades. Los paralelismos cristológicos son evidentes, fruto de un misterioso hado que debió guiar a Hayao Miyazaki, pues no parece él tener nada de cristiano ni conocer de la vida del Hijo de Dios, además de no tener él pretensiones monárquicas ni tradicionalistas (no siendo oculto su particular y heterodoxo marxismo, que alguna vez he pensado que podríamos comparar en algunas cosas al de la Escuela de Frankfurt).


Tenemos, pues, al rey como sacerdote, que sacrifica en favor del pueblo y cuyo sacrificio más excelente es el de su propia persona, entregada en bien de los que le han sido confiados, a imagen de Cristo, manifestado en la película a través de la muerte y resurrección de Nausicaä, cumpliendo las profecías mesiánicas en su kénosis, en su radical humillación, en su entrega total no buscando hacer su voluntad, sino cumpliendo la misión por la cual ha sido enviada, para la cual ha sido hecha reina.


En todo este proceso, la película nos deja detalles preciosos que vienen a machacar la idea central: la esencia de la realeza es el amor. El amor cohesiona al pueblo, hace amar a la princesa y la obliga, es fuente de la humildad que la mueve a una entrega sin vacilaciones, que borra de la mentalidad colectiva la posibilidad del interés particular… Esto evidenciado en escenas tan sencillas como la de unas niñas cogiendo nueces de chiko para la princesa que se ha entregado primero como rehén o un hombre anciano emocionado al recordar como la princesa le dijo que sus manos enfermas y magulladas por décadas de trabajo son bonitas, porque son imagen de su entrega, siendo así que incluso la negrura puede ser imagen de la pulcritud, una herida en justa guerra es bella, lo es también el desgaste de la madre por sus hijos o las manos del laborioso campesino, pudiendo aquí evocar el «nigra sum, sed formosa» o el «las madres nunca son feas» de Marcelino Pan y Vino, pues la belleza está en la pulcritud, en el ser, y así en la actualización de las potencias, en su perfección principalmente espiritual, que a menudo, en la limitación de la carne, entrañará desgaste en aquello ontológicamente inferior: la materia.



Estamos, pues, en una película que roza la perfección y que, por lo menos a mi sensualidad, no puede dejar de emocionar y mover el deseo a algo similar para todos los hombres. La belleza que se reconoce en la película nos habla de una verdad anhelante: la de un padre, la de un rey, la de alguien a quien amar y tener devoción. Como dijo Maurras: “Être monarchiste, c'est avoir quelqu'un à aimer” y para eso hemos sido hechos, para amar y entregarnos, pues el hombre, «única criatura terrestre a la que Dios ha amado por sí mismo, no puede encontrar su propia plenitud si no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás» (GS 24).


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Con esto, sin mucho más que añadir sin querer ser repetitivo (ya se ha sido bastante), finalizar el artículo considerando dos elementos que no tocan propiamente lo que el artículo quería tratar:


Uno son los defectos apuntados en el tuit inicial: fue la primera película de lo que sería Studio Ghibli y a nivel de recursos dista respecto a otras películas del estudio, se nota en algunos momentos en la calidad de la animación, fondos y similares (que, igualmente, disfruto) y, como primeriza, el compositor estaba en una fase experimental y, pese a tener grandes temas, hay elementos de música electrónica que quizá desentonan un poco. Mi sueño sería el arte de La princesa Mononoke en esta película, pero supongo que estas limitaciones le dan al final un toque característico que le da identidad propia y probablemente a los insectos les son apropiado los sonidos electrónicos que les pone Hisaishi.



El segundo es comentar también sobre el manga. En este aparece un tercer reino, Dorok, en gran conflicto con Tormekia. Nausicaä se ve envuelta en batallas y aventuras más al estilo de una epopeya clásica, descubriendo mucho más el universo en que se ambienta la historia. Es un manga recomendable que creo que la mayoría disfrutará, pero con una temática que se aleja un poco de la película. Aquí hemos visto en gran medida su relación con su pueblo del Valle del Viento y su papel como reina/princesa; en el manga nos es convertida (sin dejar de ser lo que es en la película) en una heroína al estilo clásico que, ciertamente, se entrega y lucha, pero no se dan muchos de los elementos que se reconocen en la película, la mayor parte del manga está fuera de su valle y desconectada casi completamente del mismo, viéndose más la repercusión universal de su mesianismo más acentuado pero menos cristológico. Todo esto con sus pros y sus contras. Una historia distinta, disfrutable y que enriquece (con contexto) a la película, pero que no considero que llegue a la excelsitud de lo que aquí nos trajo Miyazaki.


sábado, 28 de octubre de 2023

Breve crítica al Opus Dei

Breve crítica al Opus Dei

Hay gente buena y que escapa de estas críticas, sí

Tras varias largas conversaciones, he decidido ordenar mis pensamientos y críticas a la prelatura personal del Opus Dei, creyendo en él defectos esenciales y fundacionales.

Empezamos afirmando que no es la pretensión del artículo hacer una crítica particular a ningún miembro del Opus Dei. He conocido de todo tipo y pelajes, algunos, a mi juicio (falible), muy buenos, otros buenos y otros menos; muchos de ellos pareciéndome más santos que yo. Esta menor santidad, con todo, no implica necesariamente error en lo que se redacte. Jesús habla de los fariseos diciendo: «Haced, pues, y observad todo lo que os digan; pero no imitéis su conducta, porque dicen y no hacen» (Mt 23,3); querría pensar que en la situación presente no se da la misma proporción en propio favor. Insistir mucho en ello. Aquí nos centraremos en lo criticable y no en sujetos particulares, incluso en aquellos de quienes comento alguna anécdota, aprecio muchas de sus cualidades y deseo imitar cuanto en ellos hay de virtud. Asimismo, sé que hay muchos que escapan de los patrones que aquí se describen.

También es importante señalar que muchos de los defectos reconocibles en el Opus Dei no son exclusivos de él, ya que algunos son heredados de otras instituciones y otros son replicados (haya relación causal o no) por otras congregaciones de perfil conservador.

Antes de comenzar con la crítica en sí, conviene aclarar el lugar desde el que se escribe. No es una crítica de tipo liberal progresista, más bien al contrario: pretende ser desde la fidelidad a la Tradición de la Iglesia. Asimismo, se critica desde fuera, sin haber estado en ningún momento vinculado como colaborador con la prelatura (ya sea como laico numerario, supernumerario ni agregado) ni incardinado en la misma como clérigo, si bien sí se ha trabajado en parroquias codo con codo con sacerdotes de la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz. También es importante aclarar que se escribe desde la experiencia de haber estado cierto tiempo en un seminario mayor, lo que puede contextualizar algunas de las anécdotas, insistencias y perspectivas.

Hablaremos primero del fundador, a continuación de la institución, después de elementos de su espiritualidad y concluiremos refiriéndonos a su esencia.

 

Marqués pastor

José María Julián Mariano Escriba Albás nació el 9 de enero de 1902 en Barbastro y será conocido en el futuro como San Josemaría. Acerca de su santidad, aquí no va a cuestionarse, personalmente creyendo en la infalibilidad de las canonizaciones, una opinión que algunos no comparten, pero en general se considera consensuada. Sin embargo, es importante señalar que la santidad no equivale a impecabilidad, inspiración en sus obras, o ser completamente ejemplar. En lo que respecta a la infalibilidad (como creemos que existe), solo garantiza que dicha persona está en el cielo (algo que ojalá se hubiera tenido en cuenta al considerar figuras como Dídimo el Ciego).

San Josemaría desarrolla entorno a él, en su fundación, un culto a la personalidad problemático que veremos como patrón en tantas otras realidades eclesiales, en algunos casos con infeliz desenlace (el IVE con C. Buela, los LC con Maciel y tantas otras congregaciones).

Durante el siglo XIX en general y en particular en España se sufrió un “boom” fundacional, congregaciones de toda clase con finalidades a menudo similares pero cada una con sus acentos: religiosas para la educación, para la asistencia de enfermos, de pobres, misioneros parroquiales, sacerdotes para la formación de sacerdotes, etc. El chiste que refiere al desconocimiento de Dios del número congregaciones femeninas apunta a momentos como este. No es este el momento para alabar o criticar este fenómeno. Sí que queremos señalar, sin embargo, estas poco a poco comenzaran a reivindicar sus características únicas y su espiritualidad particular. Si tenemos carmelitas teresianas misioneras y la Compañía de Santa Teresa de Jesús, ambas dedicadas a la educación, necesitaremos encontrar algo que las diferencie, un “carisma” (no se pretende afirmar que el término se usara de esa manera en esa época, ni hacer declaraciones históricas acerca de estas dos congregaciones, más allá de sus similitudes en su misión particular y su coincidencia en tiempo y espacio).

San Josemaría se considerará a si mismo portador de una realidad que cree inspirada por Dios, receptor de una privilegiada “revelación”, se desarrollará un culto a su alrededor, ya en vida, que él mismo fomentará de forma activa. Los males del culto al fundador creo que son conocidos por la mayoría y, al mismo tiempo, han sido evidentes en los últimos años al ver a fundadores terribles. Esto implica, en última instancia, una suerte de nueva revelación y una absolutización de la propia espiritualidad, además de la imposibilidad de defecto en la misma. Todo esto, además, debe fundarse en la pretensión de que el mensaje revelado debe aportar alguna novedad radical (de otra forma no tendría sentido).

Sobre el fomento de San Josemaría de este personalismo, podemos referir frases suyas como:

«Yo ya no soy joven. No lo digo por darme el gusto de llamarme viejo, sino porque siento el deber de transmitiros esta idea, que parece de poca importancia, y sin embargo tiene mucho relieve. Tomad vuestras notas, y grabad en vuestro corazón lo que os digo. Porque no sólo os habla un sacerdote: es el Fundador, y no hay más que uno. Papas, conoceréis muchos; yo he conocido a varios. Cardenales, a montones. Obispos, más aún... pero Fundador del Opus Dei no hay más que uno, aunque sea de tan poco fundamento como yo: ¡uno sólo! Y Dios os pedirá cuenta si no atendéis mis indicaciones. Por mi boca os habla especialmente Jesucristo, porque yo especialmente en su nombre soy el buen Pastor.»[1]

«Si no pasáis por mi cabeza, si no pasáis por mi corazón, habéis equivocado el camino, no tenéis a Cristo.»[2]

«¡Cómo os quiero a todos, hijos míos! Cara a cara no me atrevo a decíroslo. Os quiero con toda mi alma, os quiero más que vuestros padres, aunque no os haya visto nunca. Este cariño que os tengo, hijos, no es caridad oficial, seca; es caridad verdadera y cariño humano sensible porque sois mi tesoro. Cuando lleguéis a viejos, contad que el Padre os quería así»[3]

Dará lugar esto a una absolutización de su mensaje y prácticas (cuando interese, como veremos). Además, esta dinámica se replica en sus distintos sucesores, repitiendo el beato Álvaro del Portillo:

«Si no pasáis por mi cabeza —decía nuestro Fundador—, si no pasáis por mi corazón, habéis equivocado el camino, no tenéis a Cristo”. Estas palabras pronunciadas por nuestro Fundador hace muchos años, son y serán válidas siempre: en primer lugar, referidas a su persona; y también aplicadas al Padre, sea quien sea a lo largo de los siglos.»[4]

También se refieren frases suyas pidiendo cuidar elementos de culto entorno al fundador, insistiendo en que no pasase como con los jesuitas, que inexplicablemente habían dejado perder mucho legado de sus orígenes. Si bien esta frase no procede de fuentes oficiales:

«El Padre -recuerda Fisac-, solía decir que seríamos tontos si no procuráramos conservar los vestigios de los primeros tiempos. No hagáis como los jesuitas, que ahora lamentan haber destruido las huellas de san Ignacio.»[5]

En esta línea, se podrían leer cosas como Torreciudad, Villatévere, machacar cosas como Rialp, placas pagadas por la Obra en lugares en los que, como tantísimos otros santos, él pasó (pienso, por ejemplo, en el camarín de la Virgen de la Mercè, algo que se puede encontrar en muchos otros lugares). Asimismo, las celebraciones internas de eventos como el cumpleaños del “padre”, su aniversario de ordenación, se inaugura un casi-calendario litúrgico paralelo. No desarrollaré mucho este punto en particular por considerar que es más lectura personal, pero cualquiera puede percatarse de la desproporción en comparación con otros santos y sus respectivas diócesis o congregaciones.

Este afán de importancia creo que es reconocible en muchas facetas del fundador que no podemos abordar todas, para más interés, con precaución (pues muchos de los que escriben son gente rebotada y, en ello, con sesgo), uno puede encontrar anécdotas en sitios web como opuslibros o opus-info. En esta sección, nos limitaremos a comentar aquello con lo que hemos iniciado esta sección: el nombre.

En su partida de bautismo, aparece como José María Julián Mariano Escriba Albás. Veremos que primero cambiará el “Escriba” por “Escrivá” y, posteriormente, para hacerlo más distintivo, añadirá del “de Balaguer” a su apellido, algo completamente novedoso (el cambio anterior podría tener cierto sentido al considerar el origen catalán del apellido). Asimismo, empezó a unir su nombre (lo que dio lugar al “Josemaría” que conocemos) y, finalmente, solicitó a la administración franquista el marquesado de Peralta, que le fue concedido (proceso que, según Ricardo de la Cierva, carecía de motivos al no existir vínculo familiar con los antiguos propietarios). Finalmente, terminó firmando como “Josemaría Escrivá de Balaguer, Marqués de Peralta”, un título completamente innecesario para un clérigo y que en forma alguna redundó para bien familiar como a menudo se quiere pintar.

La lógica fundacional en el caso de San Josemaría difiere notablemente de otros santos. No encontramos frases similares a las mencionadas en San Benito, San Antonio o San Francisco, quienes se dedicaron a una vida espiritual más profunda y ganaron seguidores sin buscarlo ni pretenderlo. Por ejemplo, San Francisco tuvo períodos en su vida en los que ni siquiera fue el superior de la orden franciscana. Otras órdenes se originaron a partir de varias personas que se sintieron impulsadas hacia una forma de vida común. Incluso en el caso de los controvertidos jesuitas (baste leer a Melchor Cano), su fundación implicó un grupo inicial que, si bien se reunió en torno a San Ignacio, este último no buscó crear la orden ni dirigirla, aunque finalmente fue elegido primer prepósito general. Al parecer, hacia el final de su vida, San Ignacio quería renunciar, deseando que se eligiera a San Francisco Javier como su sucesor, aunque este ya había fallecido cuando envió la carta solicitando su regreso a Roma.

En este contexto, las congregaciones contemporáneas más saludables son, con frecuencia, las que carecen de un fundador en el sentido tradicional, es decir, aquellas que se originaron a partir de un grupo reducido de sacerdotes que decidieron llevar una vida en común u otras estructuras similares.

Cosillas que chirrían un poco en el fundador, sin querer perder el tiempo en batallitas. No hace falta ser bueno en todo para ser santo, pero considero los defectos de San Josemaría de los menos idóneos para un fundador. Quizá también un fundador a su uso sería imposible sin esos defectos, pero su creación arrastrará lo bueno y lo malo como revelado por Dios, más aún si se malentiende lo que implica una canonización.

Mi iglesia perfecta

En una primera aproximación al Opus Dei, uno descubre un mundo inmenso de cristianos que se conocen entre sí, de los que no había tenido conocimiento hasta ese momento. De repente, uno contempla una sociedad paralela cristiana entorno a unos colegios y centros de los que uno ni siquiera sabía que existían.

La “perfección” de la Obra de Dios mueve a ese aislarse en lo propio que es lo bueno. ¿Por qué tener parte en algo que no es la Obra de Dios? Más si fuera está plagado de peligros para el alma y supone seguir el mal espíritu confesarse con un sacerdote que no sea “de casa”, ni tampoco cabe dirigirse espiritualmente con él:

«En la Obra, todos debemos acudir al sacramento de la Confesión al menos una vez por semana. Conviene que os confeséis con los sacerdotes que están designados. Podéis hacerlo con cualquier sacerdote que cuente con licencias del Ordinario. De esta manera, yo defiendo la libertad, pero con sentido común. Todos mis hijos gozan de la más absoluta libertad para confesarse con cualquier sacerdote aprobado por el Ordinario, y no se encuentra obligado a decir a los Directores de la Obra que lo ha hecho. ¿Uno que proceda así peca? ¡No! ¿Tiene buen espíritu? ¡No! Se ha puesto en camino de escuchar la voz del mal pastor.

Ciertamente, como la mayor parte de los miembros del Opus Dei viven en sus casas, en los lugares más diversos, no siempre podrán dirigirse a los sacerdotes de la Obra, y algunas veces se confesarán con otros. Cuando así actúen, al abrir su conciencia, se despertará un suavísimo aroma de campo cuajado, bendecido por el Señor, la fragancia de una vida entregada plenamente a Dios y embellecida por la delicadeza de conciencia. Pero si, en algún caso, en su alma no se diera esa situación, conviene que se ponga en manos de su hermano, el buen pastor, aun cuando para eso haya de emplear medios que se salgan de lo corriente.

Si el alma en circunstancias particulares necesita una medicación –por decirlo así- más cuidadosa, esto es, si se requiere el oportuno y rápido consejo, la dirección espiritual más intensa, no debe buscarse fuera de la Obra. Quien se comportara de otro modo, se apartaría voluntariamente del buen camino e iría hacia el abismo; sin duda, habría perdido el buen espíritu.»[6]

Provoca esto un cierre pseudo-sectario dentro de lo que es el Opus Dei, lo que tristemente lleva a menudo que, al salir una persona rebotada del Opus Dei, en eso mismo descarte a la Iglesia entera, al no conocer la posibilidad de otra cosa.

Este aislamiento lleva, a menudo, a fagocitar otras realidades eclesiales, dañando a menudo a la parroquia o a otros grupos. Por ejemplo, cuando se celebran liturgias dominicales en centros vinculados a colegios en que a la vez reciben la catequesis de comunión, no teniendo a menudo claro los padres donde empieza el club y termina la escuela, confundiéndose estos dos tipos de actividades. Refuerza esto la cerrazón del grupo y haciendo que, a menudo, chicos relacionados al Opus Dei no hayan conocido otra realidad católica fuera de su club, que les da todo.                   

Esta prelatura se convierte en la fuente de la vida espiritual para quien a ella acude, lo que hace comprensible, pues, su deseo de protección y promoción. Sin embargo, esto puede llevar un corporativismo que a menudo atentará contra la verdad o la caridad. Es algo muy recurrente el ver interés por parte de la gente del ambiente del Opus Dei a quienes se acercan ni que sea de forma marginal, pero cuando alguien se aleja del Opus Dei, todas las simpatías y atenciones con que han sido tratados desaparecen; esto puede ser ya con un laico, ya con un presbítero que quieren que se una a la Santa Cruz, un seminarista que acompaña a sus compañeros a un círculo o incluso un chico que, presentándose por primera vez a un sacerdote, al comentarle que va a entrar a X seminario, recibir inmediatamente la propuesta de ir a estudiar a Navarra. Llegando, además a “traiciones” y falta de “honestidad”, protegiendo a sus seminaristas y llegando a hablar mal de quienes se han alejado del Opus Dei solo por eso mismo (si se ha ido es que tenía mal espíritu) ante los formadores. Dos acciones malas idénticas por parte de sujetos distintos recibirán distinta valoración según sea “de casa” o no, y si se oye que es “de casa”, automáticamente sus acciones u opiniones despiertan aprobación o defensa; si un profesor es mediocre y uno es bueno, con que el primero sea de casa recibirá mayores elogios. Todo esto son situaciones de las que puedo dar fe personalmente.

Este interés por la propia institución lleva a un desentendimiento por todo lo demás. Mientras el Opus Dei mantenga su “ortodoxia”, al resto de la Iglesia da igual lo que lo pase. En cierta lógica burguesa, lo importante es la conservación de la propia riqueza, de la propia familia privada, los demás estarán bien si entran a formar parte de lo nuestro y ayudaremos al de fuera queriendo atraer a dentro.

Estas críticas, en particular en el último párrafo, suponen generalización, sabiendo que hay muchos con verdadero celo y preocupación por la situación de la Iglesia, pero se constata que, por lo general, de facto se da ese desinterés por el prójimo: su culpa por ser progre, su culpa por X o su culpa por Y; no es mi culpa.

Esta actitud se evidencia, por ejemplo, en la lógica de sus escuelas, pequeñas burbujas (con ciertamente muchas cosas buenas) pero sin hacer ningún esfuerzo por siquiera decir nada sobre la situación del resto de la educación. Pese a no ser tarea del Opus Dei ocuparse de las escuelas de otros, sí que sus miembros, al tener garantizado lo bueno para los suyos, dejan de tener la preocupación mínima por el bien de los demás. De lo que resulta que quienes sufran más de esto sean las clases más humildes, que no pueden crear sus burbujas católicas. Quizá esta falta de compromiso ¿social? pueda deberse a cierta ignorancia, puede aducirse que, teniendo a sus hijos ahí, no son conscientes del abismo que hay fuera; ojalá fuera así, con todo, creo que hay que estar muy ciego para no ver algo tan flagrante.

Esto mismo puede decirse respecto a la ausencia de declaraciones públicas de sus miembros con mayor autoridad en temas polémicos: no vemos a Ocariz referir al sínodo alemán en ningún momento o no manifestar preocupación por algunas actitudes ante el Sínodo de la Sinodalidad, las bendiciones a parejas homosexuales en Bélgica, el que a partir de Amoris Laetitia muchos den la comunión a personas en pecado mortal, etc. Esto que aquí se comenta, es trasladable en distintos niveles, ya a nivel de iglesia universal ya de iglesia local, pudiendo ejemplificar lo segundo en su pertinaz negativa a colgar carteles de 40 Días por la Vida en lugares suyos.

En este afán por la promoción, se ataca a la verdad no solo con silencio ante el mal del débil, sino también codeándose con los perpetradores de la mentira. A nadie escapa que el Opus Dei es atacado por gran parte de la población no religiosa, con lo que en mi opinión es una mezcla de razones acertadas y equivocadas (equivocadas muchas de ellas pues en el fondo critican la fe cristiana ortodoxa y al Opus Dei adhiere a esta). Para intentar mitigar estas hostilidades, los miembros del Opus Dei no dudan en buscar buenas relaciones con políticos o académicos para nada católicos. Invitan a altos cargos de política autonómica o a alcaldes a los actos de sus colegios, a dar charlas en simposios a gente mediocre pero con prestigio y así, moviéndose por la imagen. Una anécdota que siempre viene a mi cabeza es una conferencia en que, el ponente (ateo), al lado de un sacerdote de la prelatura y un numerario, hablaba de la relación entre ciencia y fe y, entre otras perlas, afirmaba que el celibato era algo antinatural y completamente absurdo. Así, por ejemplo, invitan a políticos que hacen leyes anticristianas que a ellos no les afectan, pero cuando les quitan el concierto por tener escuelas diferenciadas, se quejan después de no haber hecho nada por ellas, porque no los habían molestado personalmente. ¿Quizá esto último sirva para espabilar? Ojalá así sea.

Como hemos señalado, en estos últimos puntos se produce un cierto desinterés por la verdad. Relativo al silencio y a estas complicidades, se da también un pragmatismo en lo intelectual. No hablo solo a un moverse ad extra (y, últimamente, cada vez más ad intra) según las dinámicas de fuera (por ejemplo, con la adulación) sino que incluyo también aquello relativo a la formación más intelectual, esto da lugar a una lógica similar a la siguiente: “aunque pudiera ser verdadera la filosofía de Santo Tomás de Aquino, moveremos a que nuestros doctores se especialicen más en filosofía más continental, por ejemplo, o en materia de derecho, esconderemos textos de Álvaro d’Ors porque su tradicionalismo no se estila y no casa con la imagen que queremos transmitir; así, promocionaremos políticos y juristas liberales o tesis doctorales sobre Kierkegaard o Levi Strauss. Es esto lo más conveniente para nuestro diálogo con lo externo”.

Acabamos de mencionar el ocultar textos, que es algo que no solo para con algunos profesores que fueron suyos (d’Ors en Navarra) sino que hacen también con textos de sus propios fundadores. Numerosas charlas de San Josemaría han sido quitadas de internet aduciendo la prelatura derechos de autor, pese a no suscitarme interés, son muchos, por ejemplo, los que claman por acceder a las “Tres Campanadas”, junto a estas, tantos otros textos que han quedado como meditaciones internas casi inaccesibles, también de multitud de documentos internos (referentes a objetivos vocacionales, a planes de vida y tal) que han hecho esfuerzos para que dejasen de circular. Además, en contradicción con el absolutizar al fundador, en ese moverse con lo de fuera, pasando materiales controvertidos a sus miembros contextualizan aquello más polémico del fundador negando su sentido original (más allá de si se está a favor o en contra de estas opiniones de San Josemaría, pienso en particular en las críticas al misal de Pio VI y a la concelebración).

Por último, siguiendo en lo relativo a la verdad, queremos también destacar el engaño a los fieles al presentar su propia estructura dentro de la Iglesia. El ser la única prelatura personal ayuda a no poderse comparar con otras realidades, pretendiendo ser una especie de casi diócesis personal cuando no lo es. Si bien es cierto que el apartado respecto a las prelaturas personales aparece en la parte del Código de Derecho Canónico referente a los laicos, es porque estas prelaturas pueden recibir como encargo regiones o grupos sociales u obras particulares por parte de clero secular; pero propiamente solo pertenecen a la prelatura los clérigos. Ningún no ordenado es, estrictamente, miembro de la prelatura personal del Opus Dei, por más que lleve más de treinta años como numerario viviendo en un centro; tienen un acuerdo establecido para cooperar con esta, sin pertenecerle. Se puede llegar a ver, en algunos centros y santuarios del Opus Dei cómo en el canon eucarístico añaden, junto al Papa y al Obispo del lugar, al prelado del Opus Dei; así, mienten en el culto público de la Iglesia, afirmando la comunión con el resto de la Iglesia Católica a través del prelado, lo cual es falso al no tratarse de una diócesis personal. En la constitución jerárquica de la Iglesia, un numerario tiene la misma relación prelado como con un diácono siro-malabar. En esta línea, desde medios oficiales del Opus Dei se ha hablado del Prelado como “el Obispo Prelado del Opus Dei” u “Obispo y prelado”[7] como si fuesen obispos para los fieles del Opus Dei y no a título personal (como realmente es, apareciendo en los documentos oficiales como «Nombre, obispo, prelado del Opus Dei»), imagen reforzada cuando dicho obispo a título personal es quien ordena a sacerdotes de la prelatura, replicando simbólicamente la estructura diocesana. Podemos leer, por ejemplo, respecto a la ordenación episcopal de Álvaro del Portillo, como afirmaban que «Juan Pablo II confirió a don Álvaro la ordenación episcopal, algo bien conforme con la naturaleza jurisdiccional y jerárquica de la Prelatura»[8], algo que claramente no aparece por ningún lado en el derecho canónico y, en esa línea, las medidas del Papa Francisco no ordenando a Ocariz obispo han causado molestia y ofensa, cuando es lo propio. Ocariz, en su momento, escribió respecto a la ordenación del beato Álvaro del Portillo: «el Prelado ha sido ordenado Obispo porque el episcopado es conveniente a su función eclesial en cuanto Prelado» y «En consecuencia, como la jurisdicción del Prelado -no sólo sobre los sacerdotes, sino también sobre los laicos- es una verdadera jurisdicción de naturaleza episcopal, (…) es plenamente coherente desde el punto de vista eclesiológico que quien recibe del Romano Pontífice una jurisdicción de naturaleza episcopal como jurídicamente propia, y no vicaria, reciba también el correspondiente Orden sacramental»[9]; Ocariz no ha sido ordenado pese a haber sido hecho prelado, argumentando con acierto la constitución apostólica Predicate Evangelium que no ordenando se evidencia mejor la naturaleza jurídica de asociación clerical (prelatura) y que la ordenación del prelado no es conveniente a su función eclesial pues no es una verdadera jurisdicción de naturaleza episcopal. Álvaro del Portillo no era “obispo prelado del Opus Dei”, era, por un lado, prelado del Opus Dei y, por otro, obispo de la diócesis de Vita.

Pero todos estos problemas de su institución son secundarios, lo principal está en su espiritualidad, con la que enlazan algunos elementos anteriores.

El peor rosario es el que no se reza

El Opus Dei nace en un contexto muy específico y ahí se queda congelado, lo que era un apaño se convierte en lo definitivo y castra espiritualmente a su multitud.

La contraposición entre jesuitismo y el Opus Dei puede entenderse en algunas cosas: choca completamente la épica de los primeros jesuitas con la reivindicación de lo cotidiano propuesta por San Josemaría y, en momentos contemporáneos, uno es identificado como adalid del progresismo y el otro más bien de lo contrario (más allá de lo exacto o inexacto de esta visión). Con todo, la Compañía de Jesús no ha sido algo estanco y rígido y tuvo momentos mejores y peores; en cierto modo, puede reconocerse la espiritualidad del Opus Dei como continuadora de un decadente jesuitismo devotiomodernista decimonónico.

De los “peligros” de la devotio moderna se ha escrito mucho. Podemos aquí recomendar a García-Villoslada (Rasgos Característicos de la Devotio Moderna). No cumple con todos los elementos característicos de la devotio moderna (que empieza en el siglo XIV -especialmente aquellos referidos a las formas de oración mental-), pero muchos los conservará (los más “prácticos”).

Señalaríamos el culto al método y al director espiritual. Se cae en un reglamentarismo matemático de la vida espiritual, en un examen con la que pasar cuentas, en una lista de tareas pendientes que cargará la conciencia si no se cumple. Tener un plan de vida en sí mismo no es malo, pero el riesgo de reducir la vida espiritual a su cumplimiento es cuanto menos peligroso. En algunos casos llevará a la casi esquizofrenia al ver que no se consiguen los objetivos (en quien los vea de forma exigente) o, por el otro y más común en la realidad particular del Opus Dei, a una espiritualidad de mínimos donde se han cumplido los objetivos. Ambos casos se dan en el Opus Dei, si bien parece el primero ido a menos (pues, tras años de rebotes, al final uno reacciona -cosa que no implica que dicha reacción sea la ideal-) pero podría reconocerse más en quienes tienen “vocación al Opus Dei”; el segundo es el que encontraríamos en la gente de su “ambiente”, personas que frecuentan círculos, escuelas, centros…

Tener un plan de vida es algo bueno, nadie improvisa (o debería improvisar) cada día su vida espiritual, con todo, un enfoque demasiado cerrado puede llevar con toda facilidad al voluntarismo y al mero cumplimiento externo. Esto en especial unido a exámenes de conciencia que, literalmente, consisten en marcar en una tabla con equis lo que se ha hecho y lo que no, exámenes de conciencia que luego se comprueban con el director espiritual. Baste como muestra de ello una de estas tablas para una niña de 11 años de una escuela y, después, uno para adultos.

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Hoja de normas

No consigo encontrar la cita, así que asumo que puedo errar, pero si mal no recuerdo, en una ocasión San Josemaría dijo algo similar a: “si cumples el plan de vida, eres santo” cuando para nada es así, aun cuando puede ser una ayuda. Se entiende al ver esas tablas como puede ser enfermiza esa forma de espiritualidad y considero que son algo esencial en la espiritualidad del Opus Dei. Dado que este elemento aparece como el más fundamental, volveremos al mismo antes de terminar la sección.

El segundo elemento respecto a su espiritualidad es el foco en las virtudes. Obviamente no voy a decir que las virtudes son malas, pero sí el centrar la vida religiosa en la moralidad, en la adquisición de virtudes. Esto sin demasiada insistencia en la gracia, reapareciendo el elemento voluntarista. Además, la vida “mística” la hemos visto ya interpretada en línea legalista, en línea normativista, más que no enfocada en buscar una unión mística con Dios. Esto se da, en parte, vinculada a una tendencia anti-especulativa, una tendencia práctica, que como veremos no se puede desligar de su forma de enfocar la santificación del trabajo. Anti-especulación que encontramos a menudo en su formación (pese a no tener herejías, sí que se queda en una catequesis, de nuevo, en torno a virtudes y a prácticas de piedad, a trucos para el plan de vida, para disciplina… Por más que uno lleve 4 años de numerario, seguramente no sabrá lo que es el nestorianismo, por ejemplo) y, de rebote, afecta en su oración: desconocimiento bíblico, desconocimiento de espiritualidad más simbólica, desconocimiento de una espiritualidad litúrgica…

La última de todas daría para un tema aparte y es, entre otros, síntoma del enfoque individualista de la espiritualidad devotiomodernista. Pone el foco en la salvación “privada” y esto lleva a una desaparición de la épica, de la vida verdaderamente apostólica, de la misionera, también, en lo político, una postura con poca esperanza, aceptando las normas impuestas desde fuera y dejando de buscar realmente una sociedad confesional (tampoco la necesitan porque ellos están ya particularmente bien en su micro-sociedad, necesitan solo mantenerla). Este elemento anti-épico sería el que en el jesuitismo lo haría más incompatible con la devotio moderna, pero no deja de ser el que en gran medida ellos mismos propusieron a la gente con el paso del tiempo (no toca ahora debatir si se estropea la Compañía desde Acquaviva, más tarde o si ya lo estaba en su fundación, así como tampoco discutir el alcance de estos errores dentro de la Compañía). Son medidas que pueden entenderse para un estadio inicial, si se recibe a una sociedad cristiana que es ajena a la práctica de la piedad, pero pronto debe trascenderse; en la situación particular en que el Opus Dei nace, se puede entender que se quisiera dar un nivel básico a una masa grande, pero 1950 fue hace ya más de 70 años. Masa grande que, para más inri, a menudo no estaba mal formada tampoco, ya que a menudo pescaban y pescan en pecera, ya fuese en jesuitas o la Acción Católica, por ejemplo.

En esto se entiende la incomprensión de la liturgia. No es un fenómeno exclusivo ni mucho menos y es algo heredado. La crisis litúrgica viene ya del renacimiento, los jesuitas fundan una “orden” sin coro y a partir de ahí muchas otras congregaciones con fines apostólicos lo imitan. La misa se lee en categorías de piedad personal, el plan de vida del numerario no incluye el rezo del oficio divino y ni siquiera sus sacerdotes lo celebran de forma que no sea privada (destacar la curiosidad de que el “opus Dei” de los monástico gire entorno al rezo de las horas canónicas mientras quienes ponen ese nombre a su prelatura rechazan su celebración). Pueden tener en Torreciudad 3 sacerdotes viviendo (lo ignoro) y otros tantos numerarios y no se celebra públicamente ni un solo oficio de la Liturgia de las Horas en el santuario mariano. Llega al punto de, en una confesión, refiriendo mi costumbre de rezar Oficio y Laudes en el trayecto al trabajo, el sacerdote habló de ello diciendo que “no es perjudicial”, pero. Es un problema general de la Iglesia que, al Opus Dei, se le añade el ser parte de su “carisma”, cosa que dificulta cambiar en este punto, que se puede apreciar en detalles como la nula participación del pueblo en el canto de la liturgia cuando están fuera de casa (porque en “casa” la tendencia es recitarlo todo).

Algo que hemos insinuado ya pero en que no voy a alargarme mucho es del de la dirección espiritual. Creo que en internet puede encontrarse material abundantísimo sobre el tema y seguro que muchos han escuchado de primera mano testimonios de abusos de conciencia, revelación de secretos de confesión con tecnicismos (tales como hablar del tema a confesar antes o después de la confesión o dar a entender la presencia de algunos pecados poniendo pegas cuando se le pregunta al director como ve a su dirigido para X cargo), amenazas de condenación por no seguir la “vocación al Opus Dei”, planes en veinte pasos para conseguir que alguien que se acerque por primera vez termine pitando (pitar significa en el contexto del Opus Dei, decir que quiere firmarse el contrato de colaboración), documentos internos presionando para conseguir un determinado número de vocaciones para lucirlas en ocasión de determinado año, etc. A la que uno se mueva un poco oye historias de todo tipo en gente de todas las edades. Han sucedido aberraciones aunque, nobleza obliga, van yendo a menos, tras múltiples avisos y viendo el daño hecho en muchos. De nuevo, este tipo de prácticas o análogas se repiten en muchas congregaciones contemporáneas conservadoras. Sí que sigue habiendo un trabajo muy grande a hacer: la dirección espiritual en el Opus Dei es uniformista, solo comprende un patrón idéntico para todos (véase, por ejemplo, el dar las tablas de plan de vida indiscriminadamente a todos los niños, más allá de como viva él su vida de piedad en su casa, parroquia o donde fuera) y, además, suponiendo en ella una obediencia inexistente, llegando a escuchar de directores espirituales mandando algo en virtud de la obediencia que se le debe (y esto dicho no ya a numerarios o similares -que, pese al error, podría ser entendible-, sino a un seminarista con director espiritual de la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz, en este caso lo mandado era leer un libro sobre uno de los primeros obispos de la Santa Cruz). Podríamos alargarnos y llenar libros, pero lo dejaremos aquí, uno puede buscar más y encontrar si lo cree conveniente. Para muchos aquí están los peores males que ha hecho el Opus Dei, no analizaremos ahora estas situaciones particulares, subjetivamente muy duras en algunos fieles.

En general, para todo el tema de la espiritualidad en estas realidades más recientes, recomendar el libro Riesgos y derivas de la vida religiosa del cartujo Dom Dysmas de Lassus, prior de la gran cartuja, pues muchos de los vicios referidos anteriormente (que dañan la salud espiritual y mental de muchos) están presentes en muchísimas realidades (IVE, Hogar de la Madre, Legión de Cristo y tantas otras).

Antes de volver al plan de vida para enfocarlo del punto de vista de la laxitud (que es el que más gente vive), no podemos dejar de tocar aquello que reivindican como carisma: esto es, la santificación del trabajo. De nuevo, como en muchas de las cosas referidas anteriormente, no está el problema en lo que es en sí mismo la santificación del trabajo (como tampoco lo está en tener un plan de vida o director espiritual), el problema está en las omisiones, los acentos o deformaciones. Ya sea por su “clientela” o ya sea por otras razones, la realidad es que la mentalidad general con que se lee esto es que el santificar el trabajo equivale a pensar que se le ofrece a Dios y a buscar el mayor éxito mundano profesional, siendo así buen signo el tener cargos importantes, un buen sueldo, un estatus social, etc. Más que buscar un servicio humilde a Dios en el propio trabajo (y, sobreabundando, este servicio repercute en los demás, tanto en lo material como en lo espiritual -debería ser un lugar donde poder hablar de Dios al prójimo-), lo que se busca es ser lo más profesional posible y esto implica trabajar como el mundo para no quedar atrás, justificándose así “egoísmos” empresariales, acomodándose a formas económicas injustas sin cuestionarlas (y, de hecho, promoviéndolas a menudo, pues en ellas se ha santificado el Opus Dei y se ha llegado donde está). Esto se me hace indisociable del hecho de que la prelatura tenga orbitando a su alrededor gente de clase alta o muy alta (que a menudo no se reconocen en ello, pues todos acostumbramos a considerarnos “promedio”), alimentando así esa burbuja elitista referida en el segundo apartado. Pueden en un círculo o en una “meditación” hablar del taxista con la estampa de San Josemaría pero, aun cuando fuera cierta la historia, no dejaría de ser una realidad completamente marginal. Se cae en cierta manera en el error de algunos calvinismos de asociar la prosperidad económica a la santidad, y se produce que, además, esta prosperidad económica ayuda a conservar la prole en la burbuja en que, ciertamente, se persevera más en la Iglesia que fuera de la burbuja, desprotegido ante los embates de una sociedad atea. Los procesos paralelos en la misma esfera (éxito social y transmisión de la fe) pueden parecer implicar causalidad, cuando pueden explicarse perfectamente de forma independiente. Además, esta vivencia mundana del trabajo, lleva a la compartimentación de la vida y, pese a que uno de los objetivos del Opus Dei pueda ser la unidad de la misma, lleva a distinguir claramente los ámbitos en la mayoría de sus miembros, pasando la religión no a ser aquello que lo vertebra todo sino algo que está en una estantería más de la vida, como mucho con algo repartido en los demás sitios, pero sin ser Dios lo central, lo único importante, lo que radicalmente configura todo: el modo de trabajar, el modo de festejar, el modo de hacer caridad…, porque todo eso se configura según lo profesional, según lo exitoso a ojos mundanos. Creo que de este elemento puede trazarse un paralelismo con muchas de las cosas comentadas en el punto anterior respecto a la institución misma.

En este mismo sentido y casi como paréntesis de lo último visto, acerca de su “carisma”, en relación además con su realidad jerárquica, aparece como algo cuanto menos curioso el papel del numerario o agregado: se insiste en negar que son consagrados y ciertamente no realizan ni consagración ni votos, tan solo tienen un contrato de colaboración que van renovando cada tiempo determinado. Así, es un celibato en que se prohíbe la espiritualidad celibataria, consagrada, esponsal; costando, pues, creer que realmente exista vocación a tal estado de perfección que reniega de la perfección del propio estado.

Visto esto, ahora sí volvemos al punto inicial: la mayoría de gente que se acerca al Opus Dei no es ni numeraria ni agregada, habrá algunos que serán supernumerarios y muchos ni eso. Con todo, este constituye su mayor grueso de “miembros” (sin serlo propiamente), fuente de capital y fieles a los que atienden; es aquí donde más bien o más daño se puede hacer. Este perfil dista mucho del que ha “pitado” para algo más, en general, habrá “resistido” o desoído ese tipo de propuestas “vocacionales”. Aquí la mentalidad normativista tiene el efecto ya explicado: despreocupación por la vida espiritual. El nivel de exigencia es menor y muchos se lo rebajan a sí mismos y cumplen un plan de vida según se les ha dicho y de ahí no pasarán. Cumplen ya con sus obligaciones religiosas, siguen su plan de vida, ya basta, son santos y no hay más, de hecho, hacen más que muchos: van a su círculo, una vez cada Z tiempo hablan con un director espiritual, hacen su lectura de vez en cuando, van a un curso de retiro anualmente… Así, se da lugar a la incapacidad para una vida espiritual, pues Dios está encasillado en unas prácticas voluntaristas adquiridas. Así, lo importante es cumplir los compromisos, al precio que sea, dando lugar a que, a menudo, no se sepa rezar pese a estar rezando. Recuerdo la primera vez que me encontré con una “meditación” del Opus Dei: estaba en una capilla del Santísimo, viene el sacerdote revestido y toma del Sagrario el viril para llevarlo al altar mayor a exponer, voy al altar mayor para participar de la adoración pero tras cuatro oraciones, el sacerdote se sienta en una mesa y se pone a hablar, decido volver a la capilla del Santísimo y regresar a la mayor cuando terminase la charla, pero al terminar, inmediatamente bendice y reserva el Santísimo, dando gracias por ese “rato de oración”, rato de oración que no era sino escuchar al sacerdote hablar durante media hora. Esto lo he visto después en muchas otras ocasiones, pareciéndome casi una ofensa terminar con la siguiente oración: «Te doy gracias, Dios mío, por los buenos propósitos, afectos e inspiraciones que me has comunicado en esta meditación. Te pido ayuda para ponerlos por obra. Madre mía Inmaculada, San José, mi padre y señor, Ángel de mi guarda: interceded por mí.». Así, estar leyendo 20 minutos el Hablar con Dios “cuenta” como oración, el rosario hecho de cualquier manera también vale («el peor rosario es el que no se hace», llegando a ver, con la mejor intención del mundo, rezar un rosario dos personas yendo en la misma moto por la autopista, dándose un toque cuando cada uno terminaba su parte para que la hiciera el otro -una de estas dos era yo-). La oración es convertida en mero deber: llegando en una ocasión un seminarista de la Santa Cruz a la capilla, dándose cuenta de que en ese momento había adoración al Santísimo y no Misa, reaccionó diciendo que no sabía que hacer, pues: «hoy ya he hecho la oración».

Hakuna, legítimo heredero

Tras esto, queriendo unir los dos puntos clave en su espiritualidad, llegamos a que, en la práctica (entiendo que no es así deliberadamente y que a muchos podrá molestar), la esencia del Opus Dei no es más que la canonización de la burguesía: a una sociedad burguesa se le da una forma de espiritualidad cómoda para su burguesía, siendo así el éxito en la segunda éxito también en la primera, sin exigir un cambio radical en la conducta, sin dejar al evangelio interpelar, convertir, canonizando los bienes del mundo: si vas a Misa, al círculo y alguna cosilla más ya eres santo porque ya cumples tus deberes religiosos. No dista tanto de un paganismo que buscaba contentar a los dioses para proseguir con su vida.

Ante esto, ¿a qué el título de la conclusión? Las formas del Opus Dei pueden aniquilar deseos sobrenaturales del cristiano, cosa que en muchos ha llevado al extremo opuesto, explotando en pasión y sensualidad, pero se mantiene aquello esencial: oración completamente atada a la interioridad (siendo, en Hakuna, el foco en las emociones) y, si el Opus Dei ponía el foco en el éxito laboral, aquí el foco se pone en el éxito social, en el éxito en las fiestas. Se canoniza una forma de burguesía diferente: antes la de aquel que desde su despacho manda a sus hijos al club de polo, ahora la del pijo que le gusta el surf y el copeo. En ambos casos, mundanidad a la que se le pasa un barniz cristiano, dando lugar a un conformismo que corta las alas, por lo que solo el huracán más fuerte podrá levantar al pájaro manco al cielo.



[1] Del tomo de meditaciones internas “Mientras nos hablaba en el camino”, páginas 143-155, Roma, 2000.

[2]  “Meditaciones” IV, p. 354

[3] Archivo General de la Prelatura (AGP), P01 1971, p.10.

[4] Álvaro del Portillo, Meditaciones, tomo IV, p. 354.

[5] Alberto Fisac, Historia Oral del Opus Dei, El Opus Dei y el mundo eclesiástico.

[6] Del tomo de meditaciones internas “Mientras nos hablaba en el camino”, páginas 143-155, Roma, 2000.