lunes, 1 de enero de 2024

Trento, cultura y Marsella



Ignorante como soy en materia apocalíptica y sin querer remediarlo a corto plazo, consideraré como si el mundo fuera a seguir existiendo unos cuantos siglos. No sé si el imperio anglo es el último, si solo es un regente hasta que el chino ascienda el trono o si la creación del estado nazi de Israel es un signo de su pronta conversión. No soy Dios y no conozco ni el día ni la hora, con todo: «El que no quiera trabajar, que tampoco coma» (2Tes 3,10), así que, sea pronto o sea tarde, debemos trabajar en este mundo, empezando yo ahora escribiendo aquí tras haber perdido hoy el tiempo en demasía.


¿Y en qué trabajo quiero fijar atención? Virtualmente en el artículo anterior aparece el tema: la necesidad de una nueva educación. El tema del artículo no es pedagógico: refiero a la educación de la prole y de nosotros mismos en la sociedad actual venidera, a la educación para transmitir la fe y para vivirla. Siendo muchos de los elementos que aquí se van a comentar particularísimas opiniones que pueden ser desechadas en su mayor parte.


Comentábamos la pérdida de visión simbólica en nuestra sociedad y en particular entre cristianos, la tarea que hay ahí es inmensa, pero no abordaremos ahora cómo realizar esto sino más bien queremos intentar ver dónde estaba la Iglesia y dónde está. Apareció el tema del barroquismo, de la devotio moderna, del jesuitismo… Muchos elementos elementos del tridentinismo serán criticables, pero no puede ignorarse lo que son: respuestas ante un momento de crisis. Enfrentaban la crisis más grande en la iglesia latina hasta ese momento y se respondió como se pudo, defendiendo y clarificando la doctrina de la Iglesia. La reforma protestante no es un fenómeno aislado, en esos años se alinearon distintos astros que no parecerán movidos por ángeles, sino por demonios.


Este cambio radical algunos han querido sintetizarlos en cinco figuras distintas: Lutero, Maquiavelo, Bodin, Hobbes y Westfalia. Más allá de lo comprensivo o reduccionista que sea atribuirlo a estos nombres, en Trento sucede algo que hasta el momento nunca había sucedido: la Iglesia se mueve en reacción al “mundo”, que deja de ser un compañero de viaje y es convertido en enemigo (no hablamos aquí del mundo en un sentido bíblico, que siempre es enemigo de la fe). Hasta entonces, era la Iglesia la que movía a la sociedad, por más pecados o tensiones que pudieran haber. Pero de aquel tiempo a esta parte vemos como progresivamente se da un alejamiento social, político, ético y cultural de lo que fue la Cristiandad respecto a su madre, la Iglesia, sin conseguir la Esposa de Cristo recuperar la posición que empezó a tener en el siglo IV. Y llegamos al presente.



Hablo de Europa, mirándola de España y de Cataluña en particular. La situación de la Iglesia en África, América o Asia pueden ser muy distintas y sobre ellas no opinaré demasiado al serme, de facto, incógnitas.


Europa, salvo milagro, no tiene ya remedio. El nivel de secularización es devastador, la mayoría de la población no sabe ni lo que significan palabras como “Trinidad”, la moralidad de la misma está completamente aniquilada y la propaganda asalta por todas partes; además, el tema migratorio es irreversible para una democracia liberal y un mayor número cada vez de nacionalizados. Lo esperable, pues, es lo siguiente: una sociedad sin cohesión, multicultural en el peor de los sentidos, ideológicamente anticristiano y con fenómeno religioso más visible probablemente el musulmán.


La Iglesia, a su vez, aparece desnortada. Puedo errar en mi juicio tanto social como eclesial. Vive con una estructura casi medieval en una sociedad estructurada de forma radicalmente diferente, sin unidad doctrinal ni pastoral en su seno, desde quienes quieren dejar de luchar contra el mundo y sumarse a él hasta quienes, reaccionando a estos, ponen esperanza en idealizados modelos caducos: no se ha secularizado la sociedad exclusivamente a partir del Vaticano II, desde el Renacimiento y particularísimamente con la Ilustración empezó un trabajo de destrucción de la fe que hoy vemos ya “vencedor”, destrucción que ha llegado a las clases más humildes de la sociedad, desamparadas ante el poder de la élite (hacia la cual no deja de haber una inconsciente envidia y admiración).


Manifestaciones pro-vida, formaciones políticas liberales, rosarios públicos, grandes eventos, retiros apelando a emociones, músicas “pop”, reuniones… Cosas que creo que no atacan ni arreglan nada. Más bien mi apuesta sería la contraria: desaparecer de la esfera pública. Hay que ser sal y luz del mundo, por supuesto, pero no hay que dejar se ser realistas: un grano de sal no salará un océano, pero sí puede salar un tapón.


La estrategia hasta ahora ha sido intentar salvar los muebles, y no lo critico, se hacía para el bien de los fieles. Ahora, sin embargo, parecería que se sacrifica el bien de los fieles para mantener una estructura que ahoga. Curas párrocos de seis parroquias son cada vez menos raros, presbíteros abocados en medidas pastorales estériles y considerándolo su misión apostólica. Un ejemplo de esto último podría ser un sacerdote que ha sido consiliario asociaciones de clubes infantiles parroquiales, que ahora es consiliario de juventudes obreras cristianas -que, por cierto, no existen- y asiste a todas las reuniones de su club infantil parroquial en el que ninguno de los chicos ha hecho la primera comunión ni se ha confirmado en años. Vemos obispos en actos de Cáritas, boletines diocesanos que nadie lee y que buscan contentar tanto a conservadores como a progresistas, departamentos de comunicación del obispado, reuniones de la unión de religiosos regional, acto de presentación del plan diocesano, creación del coro juvenil interparroquial…


Lo último son cosas que evidentemente muchos conservadores afirmaran inútil, pero yo creo que, en gran medida, la “batalla cultural” también lo es. Luchas públicas contra el Leviatán no serán sino razones que daremos a este para perseguirnos más. Ferraz, por ejemplo, es visto con condescendencia y da razones para luchar contra la “ultraderecha” o el rosario de hombres puede mover a risa pública y a acusaciones de locura de los cristianos (siendo que, además, el rezo del rosario parece más planteado como acto de manifestación pública de la fe como no de contemplación de los misterios de la vida de Cristo). Es legítima la lucha por causas políticas, no pretendo lo contrario y quien crea que deba hacerlo que lo haga.



Es normal que un mundo en crisis provoque crisis en la Iglesia, pero conviene erradicarla lo más pronto posible: impide la acción conjunta, obliga a una acción oficialista que no contenta a nadie y lleva a guerrillas de sectores carcas y progres por lados distintos, si no a la inacción al no contar con números suficientes. No llamo aquí a un centro, llamo a la fidelidad al Evangelio, del que en los últimos años muchísimos se han apartado.


El problema principal hoy es el daño infligido en el sujeto cristiano, por más que podamos escribir, razonar, teorizar y demás, no dejamos de ser hijos de nuestro tiempo: tenemos una visión deformada por el materialismo que nos envuelve, estamos constituidos de forma emotivista, somos románticos queramos o no, hay un bombardeo constante a través de los medios y de la industria del entretenimiento… El trabajo para generaciones venideras es proporcionar un humus donde crecer y dar fruto, crear una cultura particular, distinta de la cultura secular.


Cuando pensamos en la Grecia clásica, nuestra cabeza se va a Anatolia o el Peloponeso, pero la última ciudad griega en caer no fue sino Massalia, la actual Marsella. Mi propuesta es algo similar, debería la actividad de la Iglesia plantearse de forma colonial: crear en un entorno no cristiano núcleos de civilización cristiana que vayan creciendo. Marsella empezó siendo colonia y terminó siendo una importantísima polis.


En ocasiones, medio bromeando medio en serio he comentado de comprar terrenos entre varias en algún país como Georgia o Ucrania (con la guerra estará todo especialmente barato) para poder escapar de los tentáculos del estado y fundar ahí una colonia barcelonesa/catalana/española siendo la ciudad original aniquilada. Más allá de este proyecto loco, lo que sí puede es hacerse esta colonia espiritualmente y es lo que creo que desde la Iglesia debería procurarse. Nuestras polis han caído, ojalá no fuera así, la tierra que pisamos ya no es la nuestra, pero podemos cultivarla en estas colonias.


John Senior tiene una obra imprescindible: La Restauración de la Cultura Cristiana, que poco a poco voy entendiendo. En su momento me gustó sin darle demasiada relevancia, casi que solo lo apreciaba como una forma de mover a un público medio hacia posiciones algo más tradicionales, pero hoy más que nunca veo la necesidad de crear un “gueto” en que poder plantar semillas de cristiandad. El objetivo no es encerrarse, es simplemente sobrevivir y reconstruir. Si el médico está enfermo, convendrá que se recupere para poder atender a los demás enfermos.



Los judíos siempre se organizaron en sociedades paralelas, como un pueblo a parte en medio de extranjeros, con comunidades fuertes, conociéndose y apoyándose unos a otros, escuelas propias. Es imperioso para el niño ver como su hogar es la Iglesia, la parroquia, la diócesis, que los cristianos son su familia, que es radicalmente diferente del mundo civil y que tenga su desarrollo integral en este ambiente eclesial. No implica esto que solo tenga sociedad en el ambiente confesional, podría quizá ir a una escuela pública o hacer actividades extraescolares en ambiente del mundo, pero la cuestión es preservar y cultivar su identidad.


Se puede apreciar hoy en día con la inmigración magrebí. Van en su mayoría a escuelas públicas, ciertamente, pero ellos son conscientes, por más que puedan tener la nacionalidad española, que son distintos, que pertenecen a otro pueblo, que no son de los demás. Tienen clara la diferencia entre su cultura y la del resto de la sociedad y se saben no partícipes de esta segunda.


Históricamente, España ha sido una sociedad católica, el imperio español fue una suerte de Cristiandad menor. Esto ya no es así y no se puede pretender vivir de lo que ya no es. Pretender esta identificación por parte de la jerarquía es, en mi opinión, un tremendo error, hace esforzarse en cosas inútiles descuidando lo necesario.



El modelo de cristianismo en Europa debe volver a ser el de sus primeros siglos, el de las persecuciones romanas. Volcarse en la propia comunidad sabiendo que el mundo está gravemente enfermo y que no se tienen medios para poder enfrentarlo. A los cristianos en el siglo primero no se les ocurría montar manifestaciones contra la exposición de niños, contra las peleas de gladiadores en el anfiteatro y sus medidas de evangelización eran en general modestas: cada cristiano extendía su influencia hasta donde podía, procuraba ser sal de la tierra y luz del mundo en aquellos de su alrededor, esto es, familia, compañeros de trabajo, amistades, etc. El Espíritu Santo se abría paso entre las rendijas de la humanidad, ayudando a un amigo en una situación difícil, hablando acerca del sentido con un compañero de trabajo, quizá con alguien acercar a través de consideraciones estéticas o filosofando… Una sociedad apartada de Cristo es una sociedad llena de hombres heridos, heridas a través de las cuales podremos intentar acercar a Cristo, porque «él es el que hiere y el que venda la herida, el que llaga y luego cura con su mano» (Job 5,18). Y a este converso, poderlo acercar a una comunidad de amor, a una familia. Los mensajes a las masas resultarán ineficaces ante los tópicos y mitos de una sociedad cerrada al evangelio; este mismo sujeto herido, escuchando el mensaje junto con la multitud, escuchará las acusaciones de homofobia, racismo, intolerancia…; e incluso se unirá, en su dolor, a los gritos de odio.


Ahora mismo, el cristianismo en Europa es algo minoritario y, a la vez, disperso. Esto segundo es lo que impide darle una dimensión comunitaria, social, que le impide dar lugar a una cultura y, sin este cultivo, quien alimenta el sujeto es el mundo, el estado, la cultura imperante. He ahí nuestro reto: unidad de la Iglesia en la verdad, creación de verdaderas comunidades y formación íntegra de un sujeto capaz de santidad.


2 comentarios:

  1. El catolicismo fue exitoso a partir de su alianza con el poder romano en época de Constantino, logrando convertir la fe cristiana en cosmovisión institucionalizada y fundamento de la organización jurídica, política y social, dando lugar al régimen de cristiandad. Era el triunfo del reinado social de Cristo, cuyo fundamento es la teología política de san Agustín, que defiende la subordinación de la sociedad y la política a la religión católica. En mayor o menor medida, es la ideología dominante de la Iglesia, actualmente más atenuada, pero vigente, incluso en Francisco, un papa considerado erróneamente como progresista, cuando es un populista de derechas nacional-católico.

    El humanismo renacentista supuso la ruptura de la cristiandad, cuya reacción fue el Concilio de Trento, cuyo objetivo fue luchar contra la modernidad humanista y recuperar el terreno político y social perdido. La Ilustración, basada en el pensamiento racional, fue el siguiente golpe sufrido por el catolicismo, hasta la Revolución Francesa, el punto de no retorno de la descristianización de Occidente. El estado liberal se fue construyendo sobre la separación Iglesia-Estado, desprendiéndose de la religión como fundamento político. Fue el fin de la teología política angustiana. La despolitización oficial del catolicismo trajo como consecuencia el fin de su hegemonía cultural e ideológica y su relegación al ámbito privado.

    La estrategia de la Iglesia fue la confrontación con el liberalismo en los pontificados de Pío IX y Pío X, y la conciliación o distensión en el papado de León XIII y el Concilio Vaticano II. Ninguna estrategia ha funcionado. Francisco, con su relativismo religioso, ensaya una nueva estrategia, consistente en intentar salvar el peso social de la religiosidad y la espiritualidad mediante la fe en un dios abstracto, común y universal, que sea el cimiento de la fraternidad humana universal, antes que salvar su propia religión. Para el papa Bergoglio, alcanzado el actual grado de descristianización, es esto o nada.

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    1. Agradezco el comentario y comparto el analisis sobre el imperio, la ruptura moderna y el ir a contracorriente de la iglesia hasta hace 4 días. Así mismo, también el intento de salvar los muebles en la actualidad.
      Hago mis reservas sobre las afirmaciones sobre Francisco, suspendiendo mi juicio al respecto. Querría pensar que no es exactamente como lo describes.
      Sobre la estrategia que considero conveniente, como creo que quiere transmitir el post, es el de volver a tiempos pre-constantinianos.

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